jueves, 31 de octubre de 2013

Es bueno ser un clásico... o varios a la vez

Rimbaud



(si no se escucha, vaya aquí)

 No tenemos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.
¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.
Pero somos precoces, eso sí que somos , muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavÍa más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico. 



Por Vallejo

 (Si no se escucha, vaya aquí)

Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía.
Y le arrancó esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.

Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.

Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.

Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
                                                      No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: —Todavía.


miércoles, 23 de octubre de 2013

Ars vitraria

México, Parentalia, 2013.

de Roberto Rico




 





EL CANDELABRADOR

Con ímpetu fabril mantiene el pulso de la vigilia ambivalente.
Punto común donde intersectan sombras, la matriz epifánica derivará en esclareciente pieza de utilidad decorativa, sólo si nervios y tendones emulen a osatura patrilineada en involuble fénix.
Su inclinación a los arbustos que dan trazos de crónico balance a sus paseos erráticos reaparece forjada en artilugios de sobresalto y sumisión ferrosos.
Resiste frente a persuasión geométrica de reencontrar en la perdida cera sublimados armonios áureos venidos a guardar las proporciones.
A veces le derrota el aire parafinado en su confín sucinto. Pero si al extramuro  la plata sale airosa de sus manos, en ella estima prudente recobrar el desapego que a las velas encendidas en círculo es tan propio.
Un nuevo encargo desafía la fibrosa pertinacia del oribe. Replicar inequívocas figuras candelarias; verter a vidrio antes empleados yunques, y en acuciosa talla esgrimir con lánguido y devoto lujo el molde, tendría que intimidar su vigor no susceptible a materiales frágiles.
Bisel en ascuas, rígida postura; aquí el herrero extrema su cuidado. La mirada  vidriada será refundición inquebrantable para imprimir ese traspaso de la luz hacia cóncavo retiro.                                                                          


 FAKIRDERMO

Espera la luz roja del semáforo para acostarse en vidrios.
Los rostros que parecen inculparlo con sobreactuada indignación, transeúntes a pie y motorizados, desaprueban del todo el espectáculo; pero no evitan contemplar las mortificaciones que el sujeto revitaliza sobre multifiloso prado vítreo.
Al término del acto, vuelve a meter en un costal de yute la utilería fragmentaria.
De modo intempestivo, la lluvia granizada percute sobre la envoltura del camastro portátil. Antes de abandonar el escenario, observa los fanales que en relevo intermitente redondean las luces persuasivas del poste y su categórica tozudez semaforística.
No es mala idea restañar con ese tricolor aplomo la grisura del asfalto; quebrar, moler a condición soluble el orden sucesivo del trasiego cotidiano.

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Parentalia ediciones: 
http://parentalia-ediciones.tumblr.com/

lunes, 21 de octubre de 2013

Retrato aéreo


Foto en blanco y negro de un hombre
que hace saltar sobre el bastón a un perro.
Suponemos que es su perro
y quizá le restamos mérito,
porque es más difícil hacer saltar
a un perro callejero,
a ese con el que no se tiene la complicidad
del alimento y los muebles rasguñados.
En esos días seguramente no existía el alimento,
la cosa enlatada, sino sobras y huesos
aun para los más finos canes.
En esa época probablemente no había
tampoco mucha comida ni muchas sobras.
Podemos suponer que el señor está parado
sobre Europa en los años treinta o cuarenta
del siglo del cuchillo afilado
o quizá está en América,
el sombrero no ayuda a definirlo
(y en todo caso eso atañe a la dieta del perro).
Volviendo al señor, salta a la vista
que es paciente y que tiene sentido del humor:
un colérico no acepta las innumerables pruebas
para al fin lograr un único, breve salto,
y a un melancólico le parecen inútiles
el salto, el perro y el hombre que los observa.
Necesitamos, pues, un señor bonachón
y sobre todo con mucho tiempo libre.
El señor, por lo tanto, es relativamente rico
(lo cual resuelve la duda sobre la dieta del perro).
Parece joven, más bien en la franja del «joven aún»,
si es que esa sombra es un bigote oscuro.
Pero lleva un bastón. Quizá tiene alguna dolencia
o todavía ve en él un signo de estatus
o quizá lo lleva sólo para jugar con el perro,
que es, entonces, definitivamente suyo.
¿Y la cámara que toma la foto?
Tomar el bastón al salir de casa
y armarse a la vez de cámara (y fotógrafo)
indica no sólo buen carácter:
a este señor le gusta que lo veamos
ejercitando su paciencia y logrando
un elegante resultado, ese momento
en que al chasquido de los dedos
el animal accede a mostrar su fuerza posible,
su gracia elevada sobre el suelo
y la sombra que tan bien se alía
con la sombra de su dueño.
Todo eso puede ser o no.
El pie de foto sólo dice
que este señor es Alfonso Reyes,
que escribió más de cien libros,
nació hace doce décadas y murió hace cinco.
No dice cómo se llamaba el perro.






* De Versión aérea, Girona, 
Luces de Gálibo, 2010.         


sábado, 12 de octubre de 2013

Sol de piedra

de Héctor Hernández Montecinos



Sol de piedra (†)


Un vidrio de cemento, un árbol de agua
avanzan, retroceden, dan vueltas
y existen:
                                    camino tranquilo
con un párpado que se cierra,
unánime soberanía del cielo
entre el futuro y las ramas caídas,
una mirada que sostiene al sol,
afuera, mundo de luz, vanidad de luz,
color del sonido para un ciego,
un reflejo penetra,

voy sobre mi cuerpo sobre otros cuerpos,
huesos como ruinas
sangre en forma de yedra,
una ciudad me sigue
murallas hechas de pájaros
bajo las nubes detenidas,

los perros beben agua de los sueños,
sombras se despeñan toda la tarde,
una a una se pierden,
se deshacen si se tocan,
busco un rostro, escribo, a solas,
no hay nadie, todo cae,
instantes, recuerdos, días,
piso el tiempo,
piso pensamientos sobre mí,
busco una fecha que sea
mi nacer a la eternidad,

por los alrededores grietas,
columnas cansadas, peñascos manos
como un valle de los muertos
cuelga el vértigo venenoso, tiempo,
flor del relámpago, sal en agosto,
escritura al sol, piedra devorada,
todos los nombres son un sólo cráneo
todos los siglos son una sola noche,
a pulso las letras se desbocan
mientras las ciudades, lo vivido
humilla al horror,

no hay nada, lúgubre bostezo
penetra el instante dentro de sí,
se derrama delirante
vida que indescifrable regresa
en llamas al punto de partida,
hacia el centro con un hacha
fascinante arma gemela de la antorcha,
he olvidado mi nombre, entre los cerdos
se refleja el último sol anegado
de viejas fotos mías:
                                    no hay nadie, cenizas,
pellejo, hoyos y cientos de años
enterrados en una trampa
de la muerte -¿o es al revés:
caer ahí es renacer?
sueño y me sueñan,
son otras nubes, quién fui,
cómo me llamo yo:
                                   
           ¿caminé por esta calle?
ya es tarde, hablando solo,
nombres, plazas, cuartos de hotel,
México, 2009
monumentos arrodillados en la sangre
torres, rascacielos,
huracán de acero y hormigón
para defender la porción de tiempo,
desnudos y enlazados, a la deriva,
ciudades que se vienen de cabeza
en el periódico, mausoleos,
celdas, sepulcros, todo
se transfigura, todo vuela,
cada muerto es nube, cada fosa
es un festín; no hay tiempo,

todo se mueve, y es falso
el último día se besan
gotas de entrañas, comida
de ratones los bancos, el papel,
las armas, el presidente, la negra
dentadura de la democracia,
se derrumba y vemos
al hombre al sol:
soñar es avanzar, si dos luchan
el mundo ya no existe, el agua
es vino, abrir puertas
al fantasma encadenado;

la muerte cambia
si se desnudan dos hombres
dispuestos a castrarse mutuamente,
enamorados de su semejanza,
el delirio, llevar un clavel
en la lápida, mierda abstracta,
flor inexistente,
canto vibrante al sol de soles,
piedra del tiempo, peldaño
sin edad, tú a mi lado, lates,
vuelas pequeño astro,

la muerte no existe
si dos árboles son tribu, flotan,
parpadean
(silencio: la muerte ha regresado
a este poema),
mugido, grito
más fuerte que las ruinas,
lecho interminable, ruido oscuro,
de la boca, llama
todo arde y es humo,

no pasa nada,
vuelvo atrás,
los muertos están clavados
y no pueden volver a morir,
miran sin latidos
desde una vida que nunca fue suya,
no hay yo, despiértame:
                                    cuerpo del mundo,
caigo, abro la mano,
despierto, al sueño de años
un vidrio de cemento, un árbol de agua
avanzan, retroceden, dan vueltas
y existen:


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+ De Héctor Hernández Montecinos, El título de un sueño, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2013.



sábado, 5 de octubre de 2013

Dos poemas de Basilio Sánchez

 Tomados de un libro exquisito...

 

 


El umbral

Dibujo de Curro González
La claridad se agota
sobre los pavimentos.

Poco a poco se nos van las palabras,

se elevan por encima de la línea de sombras
que hay sobre nosotros.

La altura de la mano que sostiene una vela

es la altura del mundo.

Aún no tenemos nada, sólo el vaso de vidrio

que hemos puesto en la mesa, y la esperanza
que hace mover el agua.

Ya todo está tranquilo:

la memoria vuelve verde las hojas;
el frío da reflejos
azules en los ojos; hay una flor oscura,
que todavía no es nuestra, en el umbral.

Un corazón que late vertical en el suelo,

dispuesto a envejecer.

Mi deuda con la vida es este hombre

del tamaño de un puñado de tierra
que ahora escribe.



Paisaje de invierno
 
Dibujo de Curro González
Donde el agua se espesa, una palabra
que se queda en los labios es un hilo de nieve.

Donde la voz se pierde está el secreto

de las manos del frío,
de todas las pequeñas hojas cristalizadas.

Una estrella oscilante se detiene

para la intimidad de la vigilia.
La calle está mojada, el paseante
va pisando la luna bajo la indiferencia de los árboles,
bajo la indiferencia de una noche
que ahora mismo se ordena
sobre las previsiones de sus lámparas. 


Como un faro en lo alto,
la luz en la ventana de una mujer que duerme
ilumina los ojos
de otra mujer que, al borde de la cama,
permanece despierta mientras crece
la sombra de sus manos,
su invisible soledad de otro mundo.

La herida del invierno te ha llevado a creer.


Para entrar en lo blanco, vas a necesitar el corazón.



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De Los bosques de la mirada, Mérida, Escuela de Arte y Superior de Diseño, 2008. Dibujos de Curro González.


Toda la poesía de Basilio Sánchez: Los bosques de la mirada (Poesía reunida 1984-2009), Madrid, Calambur, 2010.