domingo, 8 de diciembre de 2013

Todos descendemos del Mono




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Frases que son lianas que son manchas de humedad que son 
sombras proyectadas por el fuego en una habitación no descrita 
que son la masa oscura de la arboleda de las hayas y los álamos 
azotada por el viento a unos trescientos metros de mi ventana 
que son demostraciones de luz y sombra a propósito de una
realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el tiempo
en una alegoria de sí mismo nos imparte lecciones de sabiduría
tan pronto formuladas como destruidas por el más ligero
parpadeo de la luz o de la sombra que no son sino el tiempo
en sus encarnaciones y desencarnaciones que son las frases
que escribo en este papel y que conforme las leo desaparecen:
no son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones
y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora,
mientras escribo o mientras leo lo que escribo:
no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso de lo visto
y de la vista -pero no son lo invisible: son el residuo no dicho,
no son el otro lado de la realidad sino el otro lado del lenguaje,
lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes
de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado porque
es lo contrario del nombre:
lo no dicho no es esto o aquello que callamos, tampoco es
ni-esto-ni-aquello:
no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento
al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir que lo veo,
una congregación insubstancial pero real de vibraciones y sonidos
y sentidos que al combinarse dibujan una configuración de una
presencia verde-bronceada-negra-leñosa-hojosa-sonoro-silenciosa;
no, tampoco es esto, si no es un nombre menos puede ser la descripción
de un nombre ni la descripción de la sensación del nombre ni el nombre
de la sensación;
el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol:
es la sensación de una percepción de árbol que se disipa en el momento
mismo de la percepción de la sensación de árbol;
los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos
o, si lo sabíamos, lo habíamos olvidado, es que las sensaciones
son percepciones de sensaciones que se disipan, sensaciones que
se disipan al ser percepciones, pues si no fuesen percepciones
¿cómo sabríamos que son sensaciones?;
sensaciones que no son percepciones no son sensaciones,
percepciones que no son nombres ¿qué son?
si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está hueco;
y apenas digo todo-está-hueco, siento que caigo en la trampa:
si todo está hueco, también está hueco el todo-está-hueco;
no, está lleno y repleto, todo-está-hueco está henchido de sí,
lo que tocamos y vemos y oímos y gustamos y olemos y pensamos,
las realidades que inventamos y las realidades que nos tocan,
nos miran, nos oyen y nos inventan, todo lo que tejemos
y destejemos y nos teje y desteje, instantáneas apariciones
y desapariciones, cada una distinta y única, es siempre la misma
realidad plena, siempre el mismo tejido que se teje al destejerse:
aun el vacío y la misma privación son plenitud (tal vez son el ápice,
el colmo y la calma de la plenitud), todo está lleno hasta los bordes,
todo es real, todas esas realidades inventadas y todas esas invenciones
tan reales, todos y todas, están llenos de sí, hinchados de su propia realidad;
y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan,
ya no están huecos, los nombres son plétoras, son dadores, están henchidos
de sangre, leche, semen, savia, están henchidos de minutos, horas,
siglos, grávidos de sentidos y significados y señales, son los signos
de inteligencia que el tiempo se hace a sí mismo, los nombres les
chupan los tuétanos a las cosas, las cosas se mueren sobre esta página
pero los nombres medran y se multiplican, las cosas se mueren
para que vivan los nombres:
entre mis labios el árbol desaparece mientras lo digo y al desvanecerse
aparece: míralo, torbellino de hojas y raíces y ramas y tronco
en mitad del ventarrón, chorro de verde bronceada sonora hojosa
realidad aquí en la página:
míralo allá, en la eminencia del terreno, míralo: opaco entre la masa
opaca de los árboles, míralo irreal en su bruta realidad muda, míralo no dicho:
la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad, realidad
que no habla ni dice no es realidad;
y apenas lo digo, apenas escribo con todas sus letras que no es realidad
la desnuda de nombres, los nombres se evaporan, son aire, son
un sonido engastado en otro sonido y en otro y en otro, un murmullo,
una débil cascada de significados que se anulan:
el árbol que digo no es el árbol que veo, árbol no dice árbol, el árbol
está más allá de su nombre, realidad hojosa y leñosa: impenetrable,
intocable, realidad más allá de los signos, inmersa en sí misma,
plantada en su propia realidad: puedo tocarla pero no puedo decirla,
puedo incendiarla pero si la digo la disipo:
el árbol que está allá entre los árboles no es el árbol que digo sino
una realidad que está más allá de los nombres, más allá de la palabra
 realidad, es la realidad tal cual, la abolición de las diferencias
y la abolición también de las semejanzas;
el árbol que digo no es el árbol y el otro, el que no digo y que está
allá, tras mi ventana, ya negro el tronco y el follaje todavía inflamado
por el sol poniente, tampoco es el árbol sino la realidad inaccesible
en que está plantado:
entre uno y otro se levanta el único árbol de la sensación que es
la percepción de la sensación de árbol que se disipa, pero
¿quién percibe, quién siente, quién se disipa al disiparse
las sensaciones y las percepciones?
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo con cierta prisa
por llegar al fin (¿cuál, qué fin?) sin tener que levantarme para encender
la luz eléctrica, aprovechando todavía el sol declinante que se desliza
entre las ramas y las hojas del macizo de las hayas plantadas
sobre una ligera eminencia (podría decirse que es el pubis del terreno,
de tal modo es femenino el paisaje entre los domos de los pequeños
observatorios astronómicos y el ondulado campo deportivo del Colegio,
podría decirse que es el pubis de Esplendor que se ilumina y se obscurece,
mariposa doble, según se mueven las llamas de la chimenea, según
crece y decrece el oleaje de la noche),
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo, inventan la realidad
del que escribe esta larga frase, pero no me inventan a mí, sino
a una figura del lenguaje: al escritor, una realidad que no coincide
con mi propia realidad, si es que yo tengo alguna realidad que pueda
llamar propia;
no, ninguna realidad es mía, ninguna me (nos) pertenece, todos habitamos
en otra parte, más allá de donde estamos, todos somos una realidad
distinta a la palabra yo o a la palabra nosotros,
nuestra realidad más íntima está fuera de nosotros y no es nuestra,
tampoco es una sino plural, plural e instantánea, nosotros somos
esa pluralidad que se dispersa, el yo es real quizá, pero el yo no
es yo ni ni él, el yo no es mío ni tuyo,
es un estado, un parpadeo, es la percepción de una sensación
que se disipa, pero ¿quién o qué percibe, quién siente?,
los ojos que miran lo que escribo ¿son los mismos ojos que yo
digo que miran lo que escribo?
vamos y venimos entre la palabra que se extingue al pronunciarse
y la sensación que se disipa en la percepción -aunque no sepamos
quién es el que pronuncia la palabra ni quién es el que percibe,
aunque sepamos que aquel que percibe algo que se disipa también
se disipa en esa percepción: sólo es la percepción de su propia extinción,
vamos y venimos: la realidad más allá de los nombres no es habitable
y la realidad de los nombres es un perpetuo desmoronamiento, no hay
nada sólido en el universo, en todo el diccionario no hay una sola
palabra sobre la que reclinar la cabeza, todo es un continuo ir y venir
de las cosas a los nombres de las cosas,
no, digo que voy y vengo sin cesar pero no me he movido, como el árbol
no se ha movido desde que comencé a escribir,
otra vez las expresiones inexactas: comencé, escribo, ¿quién escribe
esto que leo?, la pregunta es reversible: ¿qué leo al escribir:
quién escribe esto que leo?,
la respuesta es reversible, las frases del fin son el revés de las frases
del comienzo y ambas son las mismas frases
que son lianas que son manchas de humedad sobre un muro imaginario
de una casa destruida de Galta que son sombras proyectadas por el fuego
de una chimenea encendida por dos amantes que son el catálogo de un jardín
botánico tropical que son una alegoría de un capítulo de un poema épico
que son la masa agitada de la arboleda de las hayas tras mi ventana
mientras el viento etcétera el tiempo mismo etcétera,
las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones,
las imaginaciones, etcétera, que se encienden y apaguan aquí, frente
a mis ojos, el residuo verbal:
lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas,
percibidas y disipadas, única realidad que dejan esas realidades
evaporadas y que, aunque no sea sino una combinación de signos,
no es menos real que ellas:
los signos no son las presencias pero configuran otra presencia,
las frases se alinean una tras otra sobre la página y al desplegarse
abren un camino hacia un fin provisionalmente definitivo,
las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración
de la abolición de la presencia,
sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones
de los signos buscasen su abolición para que aparezcan aquellos
árboles inaccesibles, inmersos en sí mismos, no dichos, que están
más allá del final de esta frase, en el otro lado, allá donde los ojos
leen esto que escribo y, al leerlo, lo disipan

viernes, 6 de diciembre de 2013

Mujica


ALBA


Vaso Roto, 2013

Quieto,
como no moviéndose
para que la sangre no rebase
la boca.
Quieto,
como sintiendo un pájaro
herido
en la palma de la mano,
sin cerrar la mano,
sin abrir los ojos.
Hay una fe que es absoluta:
                         una fe sin esperanza.

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UN PEDAZO DE HAMBRE, UN VASO DE AGUA

Fiel a lo humano, 
al tamaño de lo que los brazos
mecen,
a la fiesta
de lo que en las manos cabe, 
a la callada esperanza
que es no apretar los labios. 
Fiel a un vaso de agua
y al pedazo de hambre
                   que otro cuerpo nos trae, 
fiel sorbo a sorbo, hambre a hambre.
Fiel al pudor de apenas una seña,
apenas el abismo
del otro
cuando el silencio
calla la piel que nos separa. 
Fiel al límite de morir hombre,
de haber abrazado el vacío
                               que ese mismo abrazo llenaba.

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PARTIDA A PARTIDA

I
Sin ropa se nace,
se brota
desnudo se llega:
               partida a partida.

II
No tener adónde ir
             no es que nadie nos espere,
es no tener dónde regresar:
                      la muerte es nacer afuera.

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(CONFESIÓN

El poema,‭ ‬el que anhelo,‭
al que aspiro,
es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga.
Es ese imposible el que comienzo cada vez,
                     es desde esa quimera‭
                                                  que escribo y borro.‭)

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SÓLO AL FINAL

Las dos orillas
son siempre una,‭ ‬pero se sabe sólo al final,
                                   después,‭ ‬después de naufragar entre ellas.


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EN PLENA NOCHE

También en plena noche
la nieve
se derrite blanca
y la lluvia
cae
sin perder su transparencia.
Es ella, la noche,
la que nos libra de los reflejos,
la que nos expande
las pupilas.
Lo que busca con su bastón
                         el ciego es la luz, no el camino.  


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