lunes, 22 de febrero de 2016

Catorce formas de melancolía

Eduardo Chirinos escribió veinte libros de poesía entre los 18 y los 55 años: libros de gran calidad y variedad de tono, forma y tradición. Los reunió en dos grandes volúmenes que ojalá vean la luz pronto. Comparto aquí uno de los más difíciles de conseguir: Catorce formas de melancolía, una plaquette publicada en Mallorca y en Lima en 2008 en tiradas discretas, e incluido luego completo en su bella antología personal, Catálogo de las naves (Lima, 2012).

Hay que añadir ahora una forma más de melancolía: la melancolía por aquellos días cuando llegaba al correo electrónico un manuscrito nuevo de Eduardo o un libro impreso desde Missoula y uno lo abría con emoción y con impaciencia porque, al contrario que con otros poetas, uno no tenía la menor idea de lo que había dentro. "Nunca amenazado por los fantasmas de la esterilidad. Tampoco por los de la repetición." Así era Eduardo.




 
Catorce formas de melancolía



 
Melancholici dicuntur qui uni potiffimum cogitationi

conftanter affixi circa semetipfos aut ftatum

fuum delirant, de cæteris objectis ritè rationantes.

 
Boissier de Sauvages (Nosologia Methodica, 1763)


1



Oír cantar de noche un pájaro. Un pájaro

en las ramas de un árbol cualquiera:

                                                           alerce,

pino, álamo temblón. Ser por esa noche

el pájaro. Sólo por esa noche



la ventana cerrada. La soledad. El viento.





2



Una vieja melodía hiere los oídos.

No queremos escucharla, pero

insiste. Llama a nuestra puerta,
 

dice en voz baja soy un cuerpo

¿por qué no me tocas? y en sueños

la tocamos.

                   Al despertar

se ha ido para siempre. La hermosa

melodía que creímos olvidada.





3



¿Qué mentira se oculta detrás de la verdad

y nos ofrece la belleza?, ¿qué verdad



se oculta detrás de la mentira y nos ofrece

piedad? Piedad. Sólo aguardamos piedad.



Nunca la belleza.






4



Piensa que estoy aquí, que nunca

viajé a ninguna parte. Piensa                

que jamás nos separamos, que jamás

te fuiste. Que el esplendor fue nuestro,



nuestra también la oscuridad. Toda orilla

es puente y todo puente un desarraigo.



Una eterna y silenciosa fiesta de amor.





5



Si tomo una flor y le pongo tu nombre.

Si tomo tu nombre y le pongo una flor.



Y si me asomo a la ventana y digo

cualquier cosa «eclipse» por ejemplo

o «plenilunio» el cielo se abrirá



en dos como tu nombre. Pero llega

la oscuridad y me deja sus palabras.

Sus viejas y siempre inútiles palabras.






6



Falta de tono es falta de armonía.

El pie en falso, el movimiento

esquivo, la rima fácil y engañosa.

                                       

Siempre lo supe:

no hay correspondencias. Todo es

porque no puede ser de otra manera.



La forma que imaginamos con tono,

con pasión, con armonía.





7



Llegar a alguna parte no significa

abandonar otra parte.

                                    Arraigar

en un país no cura las heridas

del país que abandonamos.



Balbucear otras lenguas no

nos impide balbucear la nuestra.



La palabra que elegimos

no borra la palabra que ocultamos.






8



Una hormiga carga con esfuerzo

una hoja.

                La hoja es enorme

y multiplica su tamaño. Se trata

de un deber inevitable, de una

obediencia atávica.

                                Detrás de ella

idénticas hormigas cargan idénticas

hojas. Mañana repetirán el rito,

su razón de ser que ignoro.



Pronto cumpliré cincuenta años.

Pienso en la hormiga.

En su ciega danza hacia la muerte.





9



Nunca te lo dije. Después de

tantos años lo confieso: soy la morsa.

                                            

De noche, mientras duermes, viajo

aguas arriba. Mis colmillos rompen



el hielo azul del ártico, mis bigotes

anuncian la dirección del viento,

el lugar exacto de mi presa:

                                              un pulpo,

un cardumen  asustado, un narval viejo.



Mañana, cuando despiertes,

me hallarás tendido bajo el sol.

Los ojos abiertos, comidos por los pájaros.






10



¿Alguna vez te preguntaste si el espejo

no invertía las formas del placer? A veces



puedo verme en tu mirada. Sólo entonces

vuelvo a ser quien era: sola en mi caballo,



la  infinita llanura al frente. La brisa

del mar negro a mis espaldas.





11



La página donde Beatriz muere cada

noche. Los pechos de Helena en las

manos de Paris. El pañuelo envenenado



de Desdémona. El canto de la alondra.

Los atardeceres de Ovidio en Tomi.

Las mañanas sin luz del prisionero.



La noche que se va sin decir nada.





12



Un galeón cuelga entre las ramas

de una selva indiferente.

                                         Un muchacho

se asfixia bajo el peso de la mujer

pelirroja. En Malmö un caballero



juega ajedrez con la muerte. En París

una muchacha traiciona por amor

a su amante. En Alaska un vagabundo

simula un ballet con tenedores

y con panes (¿recuerdas esos panes?)



Y se queda dormido sobre la mesa fría.





13



El mundo envejece.

Los viejos poetas cantaron las flores,

los rayos de sol, las hojas secas, el ardor

siemprevivo de la nieve.

                                        Pero un día

decidieron callar. O cantar otras cosas:

el rubor de tus mejillas, el dolor



de los placeres, la hondura del silencio.

La máquina absurda y ciega de la historia.



Y el mundo envejece. Mira las flores,

los rayos de sol, las hojas secas, la nieve.





14



El entusiasmo atroz de la serpiente, el

miedo del ratón en el tintero. No lo sabes.



Cada noche la oscuridad borra tus palabras

y acrecienta el deseo. Nadie lo sabe.



El ratón ama a la serpiente y la serpiente

sueña aturdida como el mar. Como tus ojos.



















[En 1763 el médico y botánico francés François Boissier de Sauvages publicó en Amsterdam los cuatro volúmenes de su Nosologia Methodica. En el Capítulo XIX del apartado  «Genera et species», Boissier distingue trece formas de melancolía: la ordinaria, la amatoria (que también llama erotomanía), la religiosa, la imaginaria, la extravagante, la atónita, la vagabunda, la danzante, la zooantrópica, la escita («que afecta a los que se creían transformados en mujeres»), la del tedio (que llama graciosamente «Melancholia Anglica»), la licantrópica y, por último, la entusiástica. Cada una de ellas se encuentra ilustrada con ejemplos provenientes de la literatura, la historia y la medicina clásicas. ¿Por qué entonces catorce y no trece? Porque la primera mención a nuestro autor la encontré en una página de Jacques Attali, donde se refiere al ruido como una terapia de las «14 formas de melancolía». Consultado el original de Nosologia Methodica, descubrí que Boissier registraba solamente trece. Pero la seducción ya estaba hecha y catorce era el número necesario para el endecasílabo. Además, como señala Borges en una nota al pie de página, en boca del melancólico Asterión «ese adjetivo numeral vale por infinitos».]