* Publicado originalmente en Biblioteca de México 44 (1998), pp. 3-9.
LA BREVE TRASCENDENCIA: OCTAVIO PAZ Y LA ANTOLOGÍA GRIEGA
para Guillermo Sheridan
En la obra
poética y ensayística de Octavio Paz conviven varias tradiciones en momentos
muy definidos: las literaturas europeas, en especial el romanticismo y las
vanguardias, la tradición oriental, predominantemente las literaturas sánscrita
y china, y la tradición clásica.[1]
Lo que define en buena medida a la poesía y a la poética de Paz es ese diálogo
de tradiciones: el poeta toma de cada una aquello en que se reconoce y en lo
que encuentra posibilidades expresivas: lo ajeno se vuelve propio cuando sirve
para dar nombre a lo que nos rodea. Abarcando en sus lecturas y en sus
referencias la mayor parte de las literaturas de Oriente y Occidente, desde el
haiku al soneto, del renga al epigrama y al poema largo de los simultaneístas,
Paz ha formulado una serie de conceptos, unánimemente asumidos hoy por la
teoría literaria, en la que tradición y modernidad se encuentran y se
complementan: la llamada tradición de la ruptura, que, si bien formaba parte de su quehacer desde sus primeros
escritos, se articuló con claridad en Los hijos del limo (1957). Como es bien sabido, la tradición es para Paz
una cadena que permanece sólida porque sus eslabones pugnan por separarse; cada
generación se aleja de sus antecedentes inmediatos o los asume marcando su
distancia, cuando no negándolos, pero haga lo que haga perpetúa una tradición,
así sea una tradición de negaciones, como en el caso de los movimientos de principios
de siglo.
El eje de la reflexiones de Paz es el
romanticismo y sus herederos, los movimientos de vanguardia. Los clásicos
grecolatinos, aunados casi inextricablemente con la literatura cristiana a
través de la edad media, son el referente de la tradición: clásicos, románticos
y vanguardistas representan los puntos culminantes de la literatura occidental,
en cuyas pugnas y reconciliaciones podemos buscar los fundamentos de la
modernidad. Para Paz, creación poética y reflexión sobre el hecho poético son
procesos simultáneos: los dos emanan de lo vivido. Seguir en su poesía y en su
prosa las objetivaciones de estos puntos culminantes de la tradición es, por
tanto, trazar en buena medida su trayectoria vital y estética. Y al hacerlo
desde el punto de vista de los clásicos
llama la atención el hecho de que, si bien los románticos y los
vanguardistas estaban presentes desde el inicio de su escritura, los clásicos
tardaron en aparecer, y lo hicieron como resultado de un proceso peculiar: un
recorrido en sentido cronológico inverso y un recorrido de Occidente hacia
Oriente.
No voy a referirme a las alusiones que aquí y
allá hay a los clásicos en las obras de Paz: la presencia de las literaturas
antiguas en las modernas es un hecho tan obvio que no requiere constatación. En
el caso de Paz me interesa más bien la forma en que se da ese contacto con los
clásicos a través del diálogo con algunos poetas antiguos, y el sentido que
éste tiene en su obra. Antes de comentar este diálogo, me permito, sin embargo,
mencionar una sola de esas alusiones, por su belleza y pertinencia; se trata de
la coda de Carta de creencia, los últimos versos de la Obra poética:[2]:
Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo
hablo
porque tú meces los follajes.
y que se
refieren a Ovidio, Metamorfosis VIII
611-724, donde los ancianos Filemón y Baucis, luego de acoger hospitalariamente
a Júpiter y Mercurio, les piden, como recompensa, no ver morir el uno al otro:
llegado el momento de la muerte, los dioses los convirtieron en un tilo y una
encina junto al templo en que habían transformado su humilde choza. La
historia, cuyo origen, por cierto, se desconoce -no aparece en ningún otro
autor clásico aparte de Ovidio y bien podría ser completamente de su invención-
ha inspirado, entre otros, sendos cuadros de Rubens y Rembrandt, cuentos de
Hawthorne y de Swift e imágenes memorables en la segunda parte del Fausto y en el canto 90 de Pound. Ignoro si alguna de estas
o de las muchas más que puedan encontrarse por allí[3]
fue la fuente de Paz, o si, sencilla y directamente, tomara la fábula de
Ovidio, el hecho es que ésta encaja perfectamente en la simbología poética de
Paz, en la que el árbol es una imagen constante con significaciones múltiples
en diferentes etapas de su escritura; es una representación del amor del poeta,
y de la mujer que lo convoca, desde Ladera este (1968). Carta de creencia es una verdadera profesión de fe
poética y no cabe comentarla aquí como se debería; anoto que me atrae
enormemente el hecho de que Paz se interese precisamente por esta fábula y que
signifique con ella el mismo deseo que mueve a las Metamorfosis de Ovidio: detener el mar del tiempo y sus
transformaciones merced al poema.
"Nuestras vidas son un tejido de
encuentros y desencuentros: físicos, mentales, afectivos", dice Paz en su
publicación más reciente, en la que responde con prosas y poemas a ciertos textos
de Quevedo[4].
En tres breves poemas de Árbol adentro, Paz
dialoga con Juliano, Claudio Ptolomeo y Páladas Meteoro, epigramatistas de la Antología
palatina, y condensa en este homenaje buena
parte de sus ideas acerca de la tradición y la ruptura, ya expresadas en El
arco y la lira, Los hijos del limo, La otra voz y en numerosos pasajes de
su obra poética.
Consideremos primero el poema[5]
En defensa de Pirrón
A
Juliano (Antología Palatina VIII, 576)[6]
Juliano, me curaste
de
espantos, no de dudas.
Contra
Pirrón dijiste:
No
sabía el escéptico
si
estaba vivo o muerto.
La
muerte lo sabía.
Y
tú, ¿cómo lo sabes?
que responde a
un ingenioso epigrama en el que Juliano, poeta del siglo VI d. C. y de quien se
conservan unos setenta poemas en la Antología, se burlaba del filósofo escéptico Pirrón, recreando una anécdota de su
vida[7]:
a. ¿Estás muerto, Pirrón? b. Lo
dudo. a.¿Cómo es que después de muerto
dices que lo dudas? b. Lo
dudo. a. La tumba acabó con la duda.
"Lo dudo" o "me abstengo"
era la fórmula más tradicional del escepticismo: me niego a tener una opinión.
Juliano se burla con un juego de palabras: no tenías opinión, pero ahora la
tumba te tiene a tí; dudabas hasta de estar vivo, pero la tumba no duda de que
estás muerto[8]. Paz
establece el diálogo con un claro
coloquialismo: "me curaste de espantos", como si hablara con un amigo
presente, pero dejando en la ambigüedad de espanto la
doble posibilidad de duda y espectro ; y se burla a su vez de Juliano: conversabas con un
muerto que no estaba seguro de estarlo, ¿cómo puedes saber tú mismo si estás
vivo o muerto o si la muerte lo sabe?. Es el problema de Chuang Tzu, que soñó
ser una mariposa y al despertar dudaba de si acaso no sería una mariposa que
ahora soñaba ser un hombre. A esta fábula china también responde Paz en Árbol
adentro (O. P. 668), con una solución similar a la de Juliano:
EJEMPLO
La mariposa volaba entre los autos.
Marie José me dijo: ha de ser Chuang Tzu,
de paso por Nueva York.
Pero la mariposa
no sabía que era una mariposa
que soñaba ser Chuang Tzu
o Chuang Tzu
que soñaba ser una mariposa.
La mariposa no dudaba:
volaba
La tumba de Pirrón tampoco dudaba, dice
Juliano. ¿Cómo conoces la opinión de la muerte? le responde Paz. El poema es
una brillante metáfora del oficio literario y de la manera en que permite
anular el tiempo y dialogar con los muertos, al igual que lo sería el que otro
poeta reuniera suficiente ingenio para contestarle a Paz dentro de algunos
siglos, burlándose de nuevo de Pirrón y poniéndose del lado de Juliano. Pero
esto es al fin y al cabo la tradición, un diálogo con fantasmas entrañables,
según la concibe el propio Paz, en la que todos los poemas son
borradores,"homenajes a la muerte del muerto que seré" (O. P. 11). El epigrama es un haz de luces
desde este punto de vista: remite a la tradición de la ruptura que Paz ha desarrollado
y en la que su obra se haya tan expuesta como la de Juliano, de quien no
sabemos nada más que lo contenido en sus poemas. Esta fragilidad de la
tradición es acaso el motivo por el que Paz eligió dialogar con poetas griegos
a los cuales los especialistas
confieren mayor importancia histórica que artística: epigramatistas tardíos y
no precisamente de los libros más conocidos de la Antología. En el caso de este epigrama, existen varias
traducciones latinas y modernas, pero no respuestas.[9]
Paz encuentra en este poema, al igual que en la transmisión textual de la Antología el
mejor ejemplo de la condición efímera del hombre y de su permanencia, a veces
azarosa, a través de la obra. Dice en La casa de la presencia, prólogo al tomo I de sus Obras Completas, en el que reúne sus escritos de poética, p. 15:
Más allá de mi salvación o de mi pérdida ultraterrena,
declaro que al escribir aposté por la más frágil y preciosa facultad humana: la
memoria. Aposté no por la perduración de mi persona sino por la de unos cuantos
poemas. Desde que leí la Antología Griega envidié a Calímaco, Meleagro, Filodemo, Páladas, Paulo el Silenciario
y otros: sobreviven gracias a un puñado de sílabas [...] El ejemplo de la Antología
Griega me enseñó que el único y
verdadero antólogo es el tiempo.
El poema siguiente refuerza en todos los
sentidos esta idea (O. P. 683):
HERMANDAD
Homenaje
a Claudio Ptolomeo
Soy
hombre: duro poco
y
es enorme la noche.
Pero
miro hacia arriba:
las
estrellas escriben.
Sin
entender comprendo:
también
soy escritura
y
en este mismo instante
alguien
me deletrea.
es desarrollo
de un epigrama atribuido al astrónomo Claudio Ptolomeo (AP IX, 577):
Sé que
soy mortal y efímero, pero cuando de los astros
contemplo las apretadas
espirales en rotación
no toco
más la tierra con los pies, sino que junto al mismo
Zeus saboreo la ambrosía reservada a los dioses.
Paz toma textualmente el inicio del poema y lo
orienta de otra manera. En el astrónomo Ptolomeo, la contemplación del cielo
significaba trascender la condición mortal y efímera del hombre y alcanzar lo
divino a través del conocimiento. Para un poeta de fuerte raíz cósmica, como
Paz, las estrellas son un indicio
de la relación de lo humano con el resto de la naturaleza: la teoría de las
correspondencias de Foucault, el orden del mundo en el que el poeta escribe y
ordena su propio universo es una representación de la escritura superior. La
analogía en la naturaleza y la analogía en la cultura: la escritura (O. P.
778):
En la altura
las constelaciones escriben siempre
la misma palabra;
nosotros,
aquí abajo, escribimos
nuestros nombres mortales.
El anhelo de trascendencia se resuelve por otra
vía en el poema de Paz y se expresa también de otra manera: nuestro poeta ya no
tiene dioses como los de Ptolomeo, quien además era un astrólogo. Zeus se
convierte en alguien. ¿una entidad más
allá del hombre que al hablar -deletrear las estrellas- hace que la naturaleza
viva o bien otro hombre que recita el poema y reinventa las estrellas del
texto? Lo que en Ptolomeo era una alabanza del conocimiento, tejida sin
apartarse de las convenciones retóricas que fundamentaban este género de
composiciones, en Paz es una declaración de fe en la que el poeta contempla y
asume las limitaciones y posibilidades de la palabra y del hombre: este poema
"es como un resumen de su poesía y de su condición humana" como bien
señala José Luis Martínez[10].
El poema de Ptolomeo tuvo aceptación desde la
Antigüedad: sabemos que cuando Sinesio de Cirene llegó a Constantinopla en el
399, llevaba como regalo para su amigo Peonio un planisferio celeste o un
astrolabio; en los espacios vacíos de las constelaciones había hecho grabar
algunos epigramas en oro macizo y entre ellos se contaba el de Ptolomeo[11].
Fue imitado y traducido por los amantes de la astronomía a través de los siglos[12]
y finalmente llegó a la poesía de Octavio Paz. A partir del Romanticismo, sin
embargo, la lectura del epigrama ha sido diferente a las anteriores: desde los
románticos se ha hecho una lectura analógica del poema, ya no como "elogio
de la astronomía" sino como expresión de las correspondencias entre el
hombre, la naturaleza y lo sagrado. Esta es también la lectura de Paz, que
interpreta a Ptolomeo con ojos románticos. Es la misma lectura que sospecho
hizo Novalis, quien en el sexto Himno a la noche dice:
La vida transcurre confiada
hacia la vida eterna más allá.
Alentados desde un íntimo ardor
se transfiguran nuestros sentidos.
El orden estelar fluirá
en un vino dorado de vida,
nosotros lo beberemos
y seremos estrellas luminosas.
No
hay, por otra parte, indicios de que Paz pensara en Friedrich Von Hardenberg al
imitar a Ptolomeo ni de que lo usara como intermediario en la tradición.
Tampoco tenemos ninguna constancia extraliteraria[13]
de que Novalis imitara a Ptolomeo.La cercanía de los tres textos, sin embargo,
es notoria: para los tres la eternidad se bebe con los ojos, como se dice en O.
P. 830. Lo más probable es que Novalis tuviera en mente a Plotino -a quien
conocía bien- y que eso creara un puente hacia la doctrina de la armonía de
Ptolomeo.
Un último poema nos ilustra acerca de otro
camino seguido por los poetas de la Antología para llegar a la poesía de Paz. En Las trampas de la fe, el autor comenta el recuento de mujeres ilustres
que Sor Juana Inés de la Cruz presenta en la Respuesta a Sor Filotea, refiriéndose ampliamente al destino trágico de
Hipatia, hija del filósofo Teón y a su vez filósofa neoplatónica de Alejandría, muerta con saña por los cristianos en
el 415 d. C. En ese pasaje se refiere también a la permanencia de su figura en
la historia y la literatura, e incluye un epigrama atribuido (no sin discusión) a Páladas, poeta
alejandrino del siglo IV d. C., del que hace, según dice textualmente, una adaptación:[14]:
Cuando contemplo, Hipatía, tu discurso,
doctas
voces sin mácula grabadas
en
la altura, morada de la Virgen,
no
desgrano palabras sino estrellas.
Posteriormente, en Árbol adentro, presenta una segunda versión [Paz (1990) p. 678]:
Constelación
de Virgo
Hipatía,
si miro luces puras
allá
arriba, morada de la Virgen,
no
palabras, estrellas deletreo:
tu
discurso son cláusulas de fuego.
Páladas
(Antología Palatina, IX, 400)
El texto de Páladas, al que los historiadores
de la literatura consideran, por cierto, "el último epigramatista
griego":
Cuando te contemplo a tí y a tus palabras, te
venero
contemplando
la casa estelar de la Virgen,
pues en
el cielo están tus asuntos,
distinguida
Hipatia, belleza de las palabras,
estrella
inmaculada de la sabia enseñanza.
Paz agiliza el epigrama atribuido a Páladas, muy
conceptual y hasta un poco plano, al combinar los elementos. Para Páladas, el
homenaje es contemplar la constelación de Virgo, pues Hipatia tiene interés en
el cielo, que representa, al igual que en el poema anterior, la posibilidad de
trascendencia a través del conocimiento. Los epítetos del epigrama son, sin
embargo, algo manidos y comunes: sobre la poesía de Páladas gravita siempre un
cierto desaliento: su elogio de Hipatia no logra la luz necesaria a la sabia
hija de Teón. Un elogio desencantado, habría que decir. En cambio, para el
poeta mexicano, el elogio es más sentido. Ya en la primera versión de Paz, las
palabras de la filósofa son estrellas por don de metáfora, no de comparación;
usó el mismo procedimiento, pero con mayor profundidad. Discurso y estrellas se corresponden,
contaminadas por el texto anterior. En la segunda versión, Paz altera el objeto
contemplado. Ya no son Hipatia y sus discursos los que remiten a los astros,
sino que éstos, cláusulas de fuego, son
la constelación misma, y la virgen del cielo es la hija de Teón, metáfora que
acaso Páladas intuyera, pero que no realizó en su epigrama con claridad.
Lo más interesante de estos breves poemas es la
manera en que condensan la poética de Paz a través del recurso a lo antiguo:
son piezas clave de la poética de la comunión [15]
que alienta toda su obra y en especial Árbol
adentro. Comunión con los otros, que por un momento dejan de serlo por
el encuentro del poema; comunión con otros tiempos y lugares, sea por la
amistad con los contemporáneos, como Kostas Papaioannou, Vasko Popa o José
Lezama Lima, vueltos pasado por la muerte, o con quienes son sólo un nombre
borroso en la tradición, como Hipatía, Ptolomeo o Juliano. Los poemillas son
también un punto en el largo itinerario hacia el hombre que dibuja la poesía de
Paz. En el prólogo a Libertad bajo palabra (1957) decía:
Inútiles los memoriales, los ayes y los alegatos.
Inútil tocar a puertas condenadas. No hay puertas, hay espejos. Inútil
cerrar los ojos y volver entre los
hombres: esta lucidez ya no me
abandona. Romperé los espejos, haré trizas mi imagen - que cada mañana rehace
piadosamente mi cómplice, mi delator. La soledad de la conciencia y la
conciencia de la soledad, el día a pan y agua, la noche sin agua. Sequía, campo
arrasado por un sol sin párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro
donde pasado y porvenir arden sin fulgor ni esperanza. Todo desemboca en esta
eternidad que no desemboca.[16].
Y en efecto, en Libertad bajo palabra está más presente el transcurso mítico que el
histórico, son más recurrentes los hombres que los nombres; a nadie se oculta
que poco a poco la poesía de Paz se volvió más histórica y más concreta en sus referentes. Finalmente esa
búsqueda de referentes llegó a los textos antiguos. En su prosa, los clásicos
entraron mucho antes: es sabido que el título del fundamental ensayo El
arco y la lira es una frase de Heráclito,
al igual que Sombras de obras es
una variación de Demócrito, citado por Baltasar Gracián. Para formar parte
plena de su poesía, sin embargo, debieron esperar a Árbol adentro. Ello se debe a que el recorrido de Paz sobre la
tradición literaria fue inverso al histórico: su experiencia poética partió de
la literatura más reciente, vivió la vanguardia in situ, regresó luego a la ruptura original, el
romanticismo, y poco a poco, en gran medida a través de Sor Juana y de la
Colonia, los antiguos aparecieron[17]
con mayor claridad en Árbol
adentro y en La llama doble. Al
retorno sobre la tradición acompaña un recorrido geográfico de Occidente hacia
Oriente: es innecesario abundar sobre la importancia de la India y de su
multiforme cultura en la obra de Paz, basta con leer Vislumbres de la
India o Ladera este. El viaje, entonces, fue doble y concluyó en el
mismo punto: hacia el pasado y hacia Oriente, que, paradójicamente, lo llevaron
más hacia el presente y hacia los hombres y lugares más cercanos: el
extrañamiento sólo conduce hacia uno mismo. Se es uno y otro y nosotros, todos
los hombres y todos los tiempos:
La poesía es la memoria de los pueblos y
una de sus funciones, quizá la primordial, es precisamente la transfiguración
del pasado en presencia viva. La poesía exorciza el pasado; así vuelve
habitable el presente.Todos los tiempos,
del tiempo mítico largo como un milenio a la centella del instante,
tocados por la poesía, se vuelven presente. Lo que pasa en un poema, sea la
caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre[18].
Escritura a
favor de la memoria y en contra de la muerte, el poema no nos libera de ella
(O. P. 228):
Damos vueltas y vueltas en el vientre animal, en el
vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema.
sino que nos
otorga posibilidad de tránsito, pues está hecho de tiempo, a la par que
posibilidad de permanencia, como a Pirrón, Hipatia o Páladas. Para el poeta,
esa breve trascendencia es el instante dilatado de la creación; para el lector,
el del encuentro con el poema.
[1] Para
facilitar la lectura he suprimido los textos originales y reducido las notas y
la bibliografía a lo imprescindible; quien quiera leer una versión con griego y aparato, puede consultar
«El tránsito y la permanencia:
los clásicos en la obra de Octavio Paz», en J.
V. Bañuls, J. Sánchez y J. Sanmartín (eds.), Literatura Iberoamericana y
Tradición Clásica, Valencia,
Universitat de València, 1999, pp. 229-239.
[2]
Obra poética 1935-1988, Barcelona, Seix
barral,1990, p. 779, a partir de aquí, citada como O.P; la Antología
Palatina -o Griega- suele abreviarse A.P.
[3] Acaso no sobre remitir al libro que
registra y analiza casi todas ellas: Manfred Beller: Philemon und Baucis in
der europäischen Literatur. Stoffgeschichte und Analyse, Heidelberg, Carl Winter's, 1967.
[6]
Sic. Tanto en la edición de Árbol adentro,
Barcelona, Seix Barral,1987, como en la de O. P. hay un error: debe remitir a A.P. VII, 576.
[7] Stob. Anth. IV 53, 28 : "Pirrón decía que no hay ninguna
diferencia entre estar vivo o estar muerto; alguien le dijo: ¿Por qué,
entonces, no te das muerte? Y el contestó: Porque no hay ninguna
diferencia"
[8] A Juliano le gustaba establecer estos
brevísimos diálogos con los muertos; traduzco otro ingenioso dístico, en el que
el interlocutor es el poeta Anacreonte (A.P. VII, 33):
a. Mucho has bebido, y has muerto, Anacreonte. b. Pero contento:
descenderás al
Hades también tú, que no bebes.
[9] Véase al respecto el excelente libro de
J. Hutton,The Greek Anthology in France and in the latin writers of the
Netherlands to the year 1800. Ithaca,
Cornell University Press, p. 656; más que un estudio de tradición clásica, esta
obra es casi una historia del epigrama en Francia.
[10] J. L. Martínez y Christopher Domínguez
Michael, La literatura mexicana del siglo XX., México: CNCA, 1995, p. 170.
[11] Synes. Astrolab. 4
"En cuanto a los epigramas, que hemos añadido grabándolos en oro
macizo en los espacios vacíos de estrellas a lo largo del círculo antártico, el
segundo, de cuatro versos, es antiguo y contiene con bastante sencillez un
elogio de la astronomía"
[12] Johan Kepler (1571-1630), por ejemplo,
no sólo conocía bien la doctrina de Ptolomeo, sino que realizó una traducción
latina del Tratado de las armonías
-según apunta Düring en su excelente edición Die Harmonielehre des
Klaudios Ptolemaios, de 1930, p. XCI-XCII- y una del
epigrama en cuestión, que reproduce H. Beckby, editor de la Antología
Griega en la Tusculum Bücherei, 1958, vol.
III, p. 808; la sabiduría de Kepler merece al menos el homenaje de
reproducirla:
Quotidie morior fateorque; sed inter Olympi
dum tenet
assidua me mea cura vias,
non pedibus terram contingo; sed ante Tonantem
nectare,
divina pascor et ambrosia.
[13] Novalis sólo menciona a Ptolomeo y a
Kepler de manera incidental (Frg. 60 y 2250 de la edición de Ewald Wasmuth
(Novalis: Werke. Briefe. Dokumente.
Heidelberg, Verlag Lambert Schneider, 1953).
[15] Mejor, quizá, que la poética de la
reconciliación propuesta en el número
monográfico que dedicó a Paz la revista Anthropos (no. 14, agosto de 1982). Véase "Poesía de
soledad y poesía de comunión" en Las peras del olmo. Barcelona: Seix Barral, 1957, p. 125 ss. Paz llama
a este ensayo, cuya primera versión data de 1942, "embrión de la mayoría
de mis reflexiones sobre la experiencia poética". No creo, sin embargo,
que la comunión a la que se refiere Paz allí sea la cristiana, como pretende
Jiménez Cataño, Octavio Paz, una poética del hombre, Pamplona: EUNSA, 1992, p. 89-98, sino la que se
establece entre el poeta y las cosas que nombra, por una parte, y entre los
poemas y los lectores, por otra.
[16] O. P. 17; los subrayados son mios.
[17] Me
refiero siempre al momento en que los clásicos ingresaron en su círculo de
referencias poéticas, no al momento en que los leyó: la lectura se elige, pero
la asimilación sigue sus propios tiempos. Es bien sabido que El asno de oro, por ejemplo, fue lectura favorita de la juventud de
Paz (véanse las "Hojas sueltas para una biografía" de J. Malpartida,
en Octavio Paz, premio de ilieratura en lengua castellana "Miguel de
Cervantes" 1981. Madrid:
Anthropos-Ministerio de Cultura, pp. 19-37), pero que no fue retomado hasta La
llama doble (1993).
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