de Héctor Hernández Montecinos
Sol de piedra (†)
Un vidrio
de cemento, un árbol de agua
avanzan,
retroceden, dan vueltas
y
existen:
camino
tranquilo
con un párpado
que se cierra,
unánime
soberanía del cielo
entre el
futuro y las ramas caídas,
una
mirada que sostiene al sol,
afuera,
mundo de luz, vanidad de luz,
color del
sonido para un ciego,
voy sobre
mi cuerpo sobre otros cuerpos,
huesos
como ruinas
sangre en
forma de yedra,
una
ciudad me sigue
murallas
hechas de pájaros
bajo las
nubes detenidas,
los
perros beben agua de los sueños,
sombras
se despeñan toda la tarde,
una a una
se pierden,
se
deshacen si se tocan,
busco un
rostro, escribo, a solas,
no hay
nadie, todo cae,
instantes,
recuerdos, días,
piso el
tiempo,
piso
pensamientos sobre mí,
busco una
fecha que sea
mi nacer
a la eternidad,
por los
alrededores grietas,
columnas
cansadas, peñascos manos
como un
valle de los muertos
cuelga el
vértigo venenoso, tiempo,
flor del
relámpago, sal en agosto,
escritura
al sol, piedra devorada,
todos los
nombres son un sólo cráneo
todos los
siglos son una sola noche,
a pulso
las letras se desbocan
mientras
las ciudades, lo vivido
humilla
al horror,
no hay
nada, lúgubre bostezo
penetra
el instante dentro de sí,
se
derrama delirante
vida que
indescifrable regresa
en llamas
al punto de partida,
hacia el
centro con un hacha
fascinante
arma gemela de la antorcha,
he
olvidado mi nombre, entre los cerdos
se
refleja el último sol anegado
de viejas
fotos mías:
no
hay nadie, cenizas,
pellejo,
hoyos y cientos de años
enterrados
en una trampa
de la
muerte -¿o es al revés:
caer ahí
es renacer?
sueño y
me sueñan,
son otras
nubes, quién fui,
cómo me
llamo yo:
¿caminé por esta calle?
ya es tarde,
hablando solo,
nombres,
plazas, cuartos de hotel,
México,
2009
monumentos
arrodillados en la sangre
torres,
rascacielos,
huracán
de acero y hormigón
para
defender la porción de tiempo,
desnudos
y enlazados, a la deriva,
ciudades
que se vienen de cabeza
en el
periódico, mausoleos,
celdas,
sepulcros, todo
se
transfigura, todo vuela,
cada
muerto es nube, cada fosa
es un
festín; no hay tiempo,
todo se
mueve, y es falso
el último
día se besan
gotas de
entrañas, comida
de
ratones los bancos, el papel,
las
armas, el presidente, la negra
dentadura
de la democracia,
se
derrumba y vemos
al hombre
al sol:
soñar es avanzar, si
dos luchan
el mundo
ya no existe, el agua
es vino,
abrir puertas
al
fantasma encadenado;
la muerte
cambia
si se
desnudan dos hombres
dispuestos
a castrarse mutuamente,
enamorados
de su semejanza,
el
delirio, llevar un clavel
en la lápida,
mierda abstracta,
flor
inexistente,
canto
vibrante al sol de soles,
piedra
del tiempo, peldaño
sin edad,
tú a mi lado, lates,
vuelas
pequeño astro,
la muerte
no existe
si dos árboles
son tribu, flotan,
parpadean
(silencio:
la muerte ha regresado
a este
poema),
mugido,
grito
más
fuerte que las ruinas,
lecho
interminable, ruido oscuro,
de la
boca, llama
todo arde
y es humo,
no pasa
nada,
vuelvo
atrás,
los
muertos están clavados
y no
pueden volver a morir,
miran sin
latidos
desde una
vida que nunca fue suya,
no hay
yo, despiértame:
cuerpo
del mundo,
caigo,
abro la mano,
despierto,
al sueño de años
un vidrio
de cemento, un árbol de agua
avanzan,
retroceden, dan vueltas
y
existen:
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+ De Héctor Hernández Montecinos, El título de un sueño, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2013.
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