sábado, 12 de octubre de 2013

Sol de piedra

de Héctor Hernández Montecinos



Sol de piedra (†)


Un vidrio de cemento, un árbol de agua
avanzan, retroceden, dan vueltas
y existen:
                                    camino tranquilo
con un párpado que se cierra,
unánime soberanía del cielo
entre el futuro y las ramas caídas,
una mirada que sostiene al sol,
afuera, mundo de luz, vanidad de luz,
color del sonido para un ciego,
un reflejo penetra,

voy sobre mi cuerpo sobre otros cuerpos,
huesos como ruinas
sangre en forma de yedra,
una ciudad me sigue
murallas hechas de pájaros
bajo las nubes detenidas,

los perros beben agua de los sueños,
sombras se despeñan toda la tarde,
una a una se pierden,
se deshacen si se tocan,
busco un rostro, escribo, a solas,
no hay nadie, todo cae,
instantes, recuerdos, días,
piso el tiempo,
piso pensamientos sobre mí,
busco una fecha que sea
mi nacer a la eternidad,

por los alrededores grietas,
columnas cansadas, peñascos manos
como un valle de los muertos
cuelga el vértigo venenoso, tiempo,
flor del relámpago, sal en agosto,
escritura al sol, piedra devorada,
todos los nombres son un sólo cráneo
todos los siglos son una sola noche,
a pulso las letras se desbocan
mientras las ciudades, lo vivido
humilla al horror,

no hay nada, lúgubre bostezo
penetra el instante dentro de sí,
se derrama delirante
vida que indescifrable regresa
en llamas al punto de partida,
hacia el centro con un hacha
fascinante arma gemela de la antorcha,
he olvidado mi nombre, entre los cerdos
se refleja el último sol anegado
de viejas fotos mías:
                                    no hay nadie, cenizas,
pellejo, hoyos y cientos de años
enterrados en una trampa
de la muerte -¿o es al revés:
caer ahí es renacer?
sueño y me sueñan,
son otras nubes, quién fui,
cómo me llamo yo:
                                   
           ¿caminé por esta calle?
ya es tarde, hablando solo,
nombres, plazas, cuartos de hotel,
México, 2009
monumentos arrodillados en la sangre
torres, rascacielos,
huracán de acero y hormigón
para defender la porción de tiempo,
desnudos y enlazados, a la deriva,
ciudades que se vienen de cabeza
en el periódico, mausoleos,
celdas, sepulcros, todo
se transfigura, todo vuela,
cada muerto es nube, cada fosa
es un festín; no hay tiempo,

todo se mueve, y es falso
el último día se besan
gotas de entrañas, comida
de ratones los bancos, el papel,
las armas, el presidente, la negra
dentadura de la democracia,
se derrumba y vemos
al hombre al sol:
soñar es avanzar, si dos luchan
el mundo ya no existe, el agua
es vino, abrir puertas
al fantasma encadenado;

la muerte cambia
si se desnudan dos hombres
dispuestos a castrarse mutuamente,
enamorados de su semejanza,
el delirio, llevar un clavel
en la lápida, mierda abstracta,
flor inexistente,
canto vibrante al sol de soles,
piedra del tiempo, peldaño
sin edad, tú a mi lado, lates,
vuelas pequeño astro,

la muerte no existe
si dos árboles son tribu, flotan,
parpadean
(silencio: la muerte ha regresado
a este poema),
mugido, grito
más fuerte que las ruinas,
lecho interminable, ruido oscuro,
de la boca, llama
todo arde y es humo,

no pasa nada,
vuelvo atrás,
los muertos están clavados
y no pueden volver a morir,
miran sin latidos
desde una vida que nunca fue suya,
no hay yo, despiértame:
                                    cuerpo del mundo,
caigo, abro la mano,
despierto, al sueño de años
un vidrio de cemento, un árbol de agua
avanzan, retroceden, dan vueltas
y existen:


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+ De Héctor Hernández Montecinos, El título de un sueño, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2013.



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