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Frases que son lianas que son manchas de humedad que
son
sombras proyectadas por el fuego en una habitación no
descrita
que son la masa oscura de la arboleda de las hayas y los
álamos
azotada por el viento a unos trescientos metros de mi
ventana
que son demostraciones de luz y sombra a propósito de una
realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el
tiempo
en una alegoria de sí mismo nos imparte lecciones de
sabiduría
tan pronto formuladas como destruidas por el más ligero
parpadeo de la luz o de la sombra que no son sino el tiempo
en sus encarnaciones y desencarnaciones que son las frases
que escribo en este papel y que conforme las leo
desaparecen:
no son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones
y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora,
mientras escribo o mientras leo lo que escribo:
no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso de lo visto
y de la vista -pero no son lo invisible: son el residuo no
dicho,
no son el otro lado de la realidad sino el otro lado del
lenguaje,
lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes
de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado porque
es lo contrario del nombre:
lo no dicho no es esto o aquello que callamos, tampoco es
ni-esto-ni-aquello:
no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento
al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir que lo
veo,
una congregación insubstancial pero real de vibraciones y
sonidos
y sentidos que al combinarse dibujan una configuración de
una
presencia
verde-bronceada-negra-leñosa-hojosa-sonoro-silenciosa;
no, tampoco es esto, si no es un nombre menos puede ser la descripción
no, tampoco es esto, si no es un nombre menos puede ser la descripción
de un nombre ni la descripción de la sensación del nombre ni
el nombre
de la sensación;
el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol:
el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol:
es la sensación de una percepción de árbol que se disipa en
el momento
mismo de la percepción de la sensación de árbol;
los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos
los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos
o, si lo sabíamos, lo habíamos olvidado, es que las
sensaciones
son percepciones de sensaciones que se disipan, sensaciones
que
se disipan al ser percepciones, pues si no fuesen
percepciones
¿cómo sabríamos que son sensaciones?;
sensaciones que no son percepciones no son sensaciones,
sensaciones que no son percepciones no son sensaciones,
percepciones que no son nombres ¿qué son?
si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está hueco;
y apenas digo todo-está-hueco, siento que caigo en la trampa:
si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está hueco;
y apenas digo todo-está-hueco, siento que caigo en la trampa:
si todo está hueco, también está hueco el todo-está-hueco;
no, está lleno y repleto, todo-está-hueco está henchido de sí,
no, está lleno y repleto, todo-está-hueco está henchido de sí,
lo que tocamos y vemos y oímos y gustamos y olemos y
pensamos,
las realidades que inventamos y las realidades que nos
tocan,
nos miran, nos oyen y nos inventan, todo lo que tejemos
y destejemos y nos teje y desteje, instantáneas apariciones
y desapariciones, cada una distinta y única, es siempre la
misma
realidad plena, siempre el mismo tejido que se teje al
destejerse:
aun el vacío y la misma privación son plenitud (tal vez son
el ápice,
el colmo y la calma de la plenitud), todo está lleno hasta
los bordes,
todo es real, todas esas realidades inventadas y todas esas
invenciones
tan reales, todos y todas, están llenos de sí, hinchados de
su propia realidad;
y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan,
y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan,
ya no están huecos, los nombres son plétoras, son dadores,
están henchidos
de sangre, leche, semen, savia, están henchidos de minutos,
horas,
siglos, grávidos de sentidos y significados y señales, son
los signos
de inteligencia que el tiempo se hace a sí mismo, los
nombres les
chupan los tuétanos a las cosas, las cosas se mueren sobre
esta página
pero los nombres medran y se multiplican, las cosas se
mueren
para que vivan los nombres:
entre mis labios el árbol desaparece mientras lo digo y al desvanecerse
entre mis labios el árbol desaparece mientras lo digo y al desvanecerse
aparece: míralo, torbellino de hojas y raíces y ramas y
tronco
en mitad del ventarrón, chorro de verde bronceada sonora
hojosa
realidad aquí en la página:
míralo allá, en la eminencia del terreno, míralo: opaco entre la masa
míralo allá, en la eminencia del terreno, míralo: opaco entre la masa
opaca de los árboles, míralo irreal en su bruta realidad
muda, míralo no dicho:
la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad, realidad
la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad, realidad
que no habla ni dice no es realidad;
y apenas lo digo, apenas escribo con todas sus letras que no es realidad
y apenas lo digo, apenas escribo con todas sus letras que no es realidad
la desnuda de nombres, los nombres se evaporan, son aire,
son
un sonido engastado en otro sonido y en otro y en otro, un
murmullo,
una débil cascada de significados que se anulan:
el árbol que digo no es el árbol que veo, árbol no dice árbol, el árbol
el árbol que digo no es el árbol que veo, árbol no dice árbol, el árbol
está más allá de su nombre, realidad hojosa y leñosa:
impenetrable,
intocable, realidad más allá de los signos, inmersa en sí
misma,
plantada en su propia realidad: puedo tocarla pero no puedo
decirla,
puedo incendiarla pero si la digo la disipo:
el árbol que está allá entre los árboles no es el árbol que digo sino
el árbol que está allá entre los árboles no es el árbol que digo sino
una realidad que está más allá de los nombres, más allá de
la palabra
realidad, es la realidad tal cual, la abolición de las
diferencias
y la abolición también de las semejanzas;
el árbol que digo no es el árbol y el otro, el que no digo y que está
el árbol que digo no es el árbol y el otro, el que no digo y que está
allá, tras mi ventana, ya negro el tronco y el follaje
todavía inflamado
por el sol poniente, tampoco es el árbol sino la realidad
inaccesible
en que está plantado:
entre uno y otro se levanta el único árbol de la sensación que es
entre uno y otro se levanta el único árbol de la sensación que es
la percepción de la sensación de árbol que se disipa, pero
¿quién percibe, quién siente, quién se disipa al disiparse
¿quién percibe, quién siente, quién se disipa al disiparse
las sensaciones y las percepciones?
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo con cierta prisa
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo con cierta prisa
por llegar al fin (¿cuál, qué fin?) sin tener que levantarme
para encender
la luz eléctrica, aprovechando todavía el sol declinante que
se desliza
entre las ramas y las hojas del macizo de las hayas
plantadas
sobre una ligera eminencia (podría decirse que es el pubis
del terreno,
de tal modo es femenino el paisaje entre los domos de los
pequeños
observatorios astronómicos y el ondulado campo deportivo del
Colegio,
podría decirse que es el pubis de Esplendor que se ilumina y se obscurece,
podría decirse que es el pubis de Esplendor que se ilumina y se obscurece,
mariposa doble, según se mueven las llamas de la chimenea,
según
crece y decrece el oleaje de la noche),
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo, inventan la realidad
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo, inventan la realidad
del que escribe esta larga frase, pero no me inventan a mí,
sino
a una figura del lenguaje: al escritor, una realidad que no
coincide
con mi propia realidad, si es que yo tengo alguna realidad
que pueda
llamar propia;
no, ninguna realidad es mía, ninguna me (nos) pertenece, todos habitamos
no, ninguna realidad es mía, ninguna me (nos) pertenece, todos habitamos
en otra parte, más allá de donde estamos, todos somos una
realidad
distinta a la palabra yo
o a la palabra nosotros,
nuestra realidad más íntima está fuera de nosotros y no es nuestra,
nuestra realidad más íntima está fuera de nosotros y no es nuestra,
tampoco es una sino plural, plural e instantánea, nosotros
somos
esa pluralidad que se dispersa, el yo es real quizá, pero el
yo no
es yo ni tú ni él,
el yo no es mío ni tuyo,
es un estado, un parpadeo, es la percepción de una sensación
es un estado, un parpadeo, es la percepción de una sensación
que se disipa, pero ¿quién o qué percibe, quién siente?,
los ojos que miran lo que escribo ¿son los mismos ojos que yo
los ojos que miran lo que escribo ¿son los mismos ojos que yo
digo que miran lo que escribo?
vamos y venimos entre la palabra que se extingue al pronunciarse
vamos y venimos entre la palabra que se extingue al pronunciarse
y la sensación que se disipa en la percepción -aunque no
sepamos
quién es el que pronuncia la palabra ni quién es el que
percibe,
aunque sepamos que aquel que percibe algo que se disipa
también
se disipa en esa percepción: sólo es la percepción de su
propia extinción,
vamos y venimos: la realidad más allá de los nombres no es habitable
vamos y venimos: la realidad más allá de los nombres no es habitable
y la realidad de los nombres es un perpetuo desmoronamiento,
no hay
nada sólido en el universo, en todo el diccionario no hay
una sola
palabra sobre la que reclinar la cabeza, todo es un continuo
ir y venir
de las cosas a los nombres de las cosas,
no, digo que voy y vengo sin cesar pero no me he movido, como el árbol
no, digo que voy y vengo sin cesar pero no me he movido, como el árbol
no se ha movido desde que comencé a escribir,
otra vez las expresiones inexactas: comencé, escribo, ¿quién escribe
otra vez las expresiones inexactas: comencé, escribo, ¿quién escribe
esto que leo?, la pregunta es reversible: ¿qué leo al
escribir:
quién escribe esto que leo?,
la respuesta es reversible, las frases del fin son el revés de las frases
la respuesta es reversible, las frases del fin son el revés de las frases
del comienzo y ambas son las mismas frases
que son lianas que son manchas de humedad sobre un muro imaginario
que son lianas que son manchas de humedad sobre un muro imaginario
de una casa destruida de Galta que son sombras proyectadas
por el fuego
de una chimenea encendida por dos amantes que son el
catálogo de un jardín
botánico tropical que son una alegoría de un capítulo de un
poema épico
que son la masa agitada de la arboleda de las hayas tras mi
ventana
mientras el viento etcétera el tiempo mismo etcétera,
las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones,
las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones,
las imaginaciones, etcétera, que se encienden y apaguan
aquí, frente
a mis ojos, el residuo verbal:
lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas,
lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas,
percibidas y disipadas, única realidad que dejan esas
realidades
evaporadas y que, aunque no sea sino una combinación de
signos,
no es menos real que ellas:
los signos no son las presencias pero configuran otra presencia,
los signos no son las presencias pero configuran otra presencia,
las frases se alinean una tras otra sobre la página y al
desplegarse
abren un camino hacia un fin provisionalmente definitivo,
las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración
las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración
de la abolición de la presencia,
sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones
sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones
de los signos buscasen su abolición para que aparezcan
aquellos
árboles inaccesibles, inmersos en sí mismos, no dichos, que
están
más allá del final de esta frase, en el otro lado, allá
donde los ojos
leen esto que escribo y, al leerlo, lo disipan
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