- Eugenio Montejo, Lo nuestro.
Carlos García Miranda (Lima, 1967-2012) falleció inesperadamente hace poco más de un año, dejando una obra ya consolidada y una buena cantidad de inéditos. Profesor de la Universidad San Marcos de Lima, filólogo, novelista, editor y poeta, de natural inquieto y curiosidad mordaz, su obra apenas comienza a ser valorada críticamente. Estas notas recuerdan al amigo y ofrecen algunas claves de su trabajo.
Incluso para sus más cercanos, Carlos
García Miranda era un misterio de un tipo raro y fino: el misterio que proviene
de la claridad y hacia ella se dirige. Hablaba poco de sí mismo, por no decir
que no hablaba nada; daba poco a leer su propia obra, por no decir que no la
daba, por igual la inédita que la publicada; hablaba poco de su investigación
literaria, por no decir… Bueno, ¿qué quiere decir poco? Poco quiere decir lo
suficiente para que uno supiera de sus muchas aficiones y las compartiera, estuviera
al tanto de sus proyectos editoriales y se entusiasmara con ellos, se riera de
los chismes del ambientillo literario limeño o madrileño. Pero nada más. Uno
sabía de Polo de Ondegardo, de Huamán Poma y de los enigmáticos manuscritos milaneses
que constituían su investigación literaria. Sabía también de sus cuentos y de
sus novelas y poemas, de sus anotaciones en los varios blogs que a veces ponía
al día; sabía de sus planes para publicar sus trabajos e incluso de los
materiales que preparaba para sus clases en San Marcos, pero después de charlar
con él varias veces a la semana había algo elusivo y muy vivo que se iba en
medio de la conversación hacia no se sabe dónde, un resquicio inaccesible. Con
el tiempo, con una amistad de por medio y con toda su obra leída, uno acababa
por entender que eso elusivo y a la vez claro era la materia de su narrativa y
de su poesía.
Los dos libros de narrativa publicados
por Carlos García Miranda, Cuarto desnudo
(Lima, Dedo crítico, 1995) y Las puertas
(Lima, Dedo crítico, 2002) giran en torno a un tema casi único; la relación
entre el adentro y el afuera. Los personajes que aparecen en la novela, y en
particular el principal, Martín, un escritor primerizo que nunca termina su
libro, transitan entre espacios cerrados, casi siempre asfixiantes, y espacios
exteriores más bien fantasmales, parecidos quizás a Lima, a la Lima moderna que
se inventó con La ciudad y los perros,
una ciudad que tiene tanto de realismo sucio como de melancolía criolla. En la
transición de un ámbito a otro, en ese resquicio dudoso, García Miranda veía un
espacio estético y ético. Los personajes de Cuarto
desnudo, seres marginales que viven por y para la calle, que se asoman de
vez en cuando a una plaza donde atenta Sendero Luminoso y que luego se refugian
en una interioridad de cuartos raídos, sufren una dislocación temporal (viven
en un tiempo que no les gusta), espacial (el resquicio) y anímica (la desnudez).
El que para mí es el más logrado de los nueve cuentos del libro, Ventana doble, logra que el lector
perciba esas dislocaciones desde la perspectiva del propio personaje:
"Sentado al
borde de su cama, Aníbal Lam miraba ensimismado la ventana. De pronto no le
pareció que fuese tan solo una ventana, sino también un cielo por donde surcaban
frágiles nubes que eran como sombras o como ríos subterráneos [...] Súbitamente
Aníbal Lam se imaginó que abría la puerta y salía hacia la plaza y se sentaba
sobre un banco de cemento. Frente a la plaza había una iglesia [...] Se imaginó
la voz del párroco, el brillo metálico del cáliz, la música envolvente del
órgano [...] Se imaginó todo aquello, pero luego cerró los ojos espantado
porque también había imaginado el desmoronamiento súbito de los iconos, los
capiteles, las columnas. Luego, como entre brumas, Aníbal Lam entrevió la
figura menuda, frágil, de una niña que corría tras unas palomas grises.
Entonces se imaginó que la niña se hacía mujer y que ya no corría tras palomas
grises, sino tras él y que juntos se escondían y huían hacia el ropero de la
infancia [...] Súbitamente todo fue tragado por la acumulación incesante de
rostros, de gente que caminaba, desesperada, de un lado para otro [...] De
pronto, un puño enorme surgió de entre ese marasmo de cuerpos y voces,
golpeando algún lugar de su cabeza, dejándolo estático. Cuando reaccionó, se
encontraba en medio de su habitación, bocabajo, en el piso, entre un montón de
periódicos húmedos y sucios. Se levantó, vio la puerta entreabierta. Vio
también la figura enorme de la iglesia, a una niña jugando en medio de la plaza,
a una pareja apretándose desesperadamente contra un árbol inmenso, y más lejos,
a un grupo de gente amontonándose alrededor de un titiritero."
El lector asiste, en tres páginas, a la
proyección hacia afuera y hacia adentro del personaje y puede casi verlo, como
si fuera un cortometraje. La condición plástica de la narración de García
Miranda, algo que tiene en común con autores contemporáneos que lograron ir más
allá del realismo sucio gracias al cine, como Bellatín o Fadanelli, es una de
las señas más atractivas de su escritura, que está llena, por otra parte, de
guiños para los iniciados. Pero no hay nada de ese irritante filmografismo
technicolor de alguna novelística reciente hispanoamericana: todo es blanco y
negro. O más bien, el espacio gris entre uno y otro.
Ruido adentro, un cuento no recogido en
libro (http://www.ficticia.com), ilustra con admirable precisión y brevedad ese
espacio gris, encarnado en una mujer que siente ruidos por la noche:
"En la
madrugada ella sintió un ruido tras la puerta de su habitación. Un ruido en el
corredor. Esperó unos segundos arropada en su cama. El ruido continuaba ahora
en la sala. Estaba segura de que era en la sala. Entonces se levantó. Fue hacia
la puerta. Se apretó contra ella. El ruido seguía. Esta vez en la cocina. Ella
volvió a su cama. Sin éxito buscó algo en su velador. Insistió debajo de su
cama, su almohada, entre sus sábanas. Nada. Luego, terminó quedándose mirando
largamente la puerta. Al otro lado, el ruido proseguía en toda la casa."
El espacio cerrado y el ruido adentro a
veces da paso también a una realidad cáustica y alucinada. Cazadores, otro cuento de 2003 no recogido en libro
(http://www.ficticia.com), narra la delirante historia de la imprenta portátil
con la que un grupo de autores consagrados maldice y fagocita a los autores
nóveles mediante la publicación de míseros tirajes. El afuera de ese cuento (como ya el de los
publicados en Cuarto desnudo) no es
un afuera oxigenado y agradable, sino inquietante y un tanto inútil. La
dicotomía de los dos espacios es más visible, si cabe, en la novela Las puertas, que no en vano lleva como
título ese instrumento limítrofe que separa el territorio personal del
colectivo, el espacio privado del público. Los diferentes fragmentos (setenta),
bien conciliados en la estructura general, narran las idas y venidas de un
joven escritor, muy parecido a ese que aparece luego en Cazadores, en la escritura de un libro interminable (23, p. 58):
"He leído el
manuscrito de mi libro una vez más. ¿Qué decir? Tal vez que está incompleto. Le
faltan los olores que sentí mientras lo escribía. Esos olores de las plazas
públicas, las aulas, los bares, mi cuarto, aquel baño en ese cine maloliente y
el cabello de C. También las voces. La de la gente, mis amigos, mi viejo, mi
hermano, mi voz y otra vez C. Y podríamos agregar mis visiones. Una calle que
se bifurca en la mirada pastosa. El sol sobre los cables de luz haciendo
chispas sobre mi frente sudorosa [...] Es un libro incompleto. Le falta mis
ojos, mi boca, mis orejas, mi estómago, mi mente, mis riñones. Le falta mi
humanidad. ¿Y entonces qué debo hacer? ¿Pedirle la copia a Bellini? ¿Retirarlo
del concurso? ¿Llevarlo a la playa y lanzarlo al mar? ¿Quemarlo en mi cuarto y
yo con él?"
El constante recurso de mise en abyme que Garcia Miranda toma
con sorna del Nouveau Roman, que es la fuente, aunque sea a modo de caricatura,
de Las puertas, le permite olvidarse
del tiempo y a veces incluso de la narración en cuanto tal. Y le permite
también una buena dosis de ironía que ya apuntaba en los cuentos del libro
anterior. Los relatos de ambos libros son inquietantes y deben mucho a las
técnicas del género negro que García Miranda conocía bien y trasladaba a
situaciones cotidianas. El único cuento de ese género tout court publicado por el autor es totalmente irónico: las
peripecias de un asesino que se queda con el perro de su víctima (Antología del relato negro, vol. III,
Madrid, Ediciones irreverentes, 2011).
Pero es en su poesía, publicada
escasísimamente, donde García Miranda daba más libertad a su productiva
oscilación entre los espacios cerrados y los abiertos, tal vez porque el propio
género soporta un grado mayor de paradoja. Dice en el poema Monólogo de un pájaro cruzando la lluvia:
Soy un
pájaro, créanme
Sin alas ni
plumas
Tan solo un
par de patas cortas e inútiles
¡Pero cómo
vuelo!
Corto con
la punta de mi pico cielos
Multicolores
Nadie
atrapa mi húmedo paso por el mundo
Soy un
pájaro
Cuando miro
el cielo desde esta altura de años
Y no temo
caer
Mis alas de
náufrago
Se hunden
en la lluvia tierna
Y flotan
Como un
raro vaho cortando el viento.
No en vano los únicos poemas publicados
por García Miranda, Girasoles rojos y
otros poemas, en el libro colectivo Relatos
de tus poemas (Madrid, kit-book, 2011),
forman parte de un proyecto más amplio titulado Alado en tierra, iniciado en Lima a mediados de los noventa y
rehecho, ampliado, reducido y meditado una y otra vez. En ese libro, presidido
por la paradoja del título, el espacio gris que en la narrativa estaba simbolizado
en las puertas está ocupado por el aire, la altura, el arriba y el abajo. Otro
de los poemas:
Caída libre
La torre
más alta del mundo está en Lima
Es tan
alta,
Que se te
va la vida en contemplarla por entero
Más aún
Los pocos
que logran llegar hasta su cima
Ya no
regresan
Se siguen
de frente al paraíso
Misteriosa esa torre de aire tan fino y
cortante que te saca definitivamente del aquí abajo y te lleva al allá arriba
sin vuelta. Ya en un fragmento de Las
puertas (15, p. 45) estaba esa aspiración, cortada allí por el diálogo de
los personajes. En el poema, sin embargo, está directa y clara, como quizá
García Miranda la veía.
Ahora mismo, leer la narrativa y la
poesía publicada de Carlos García Miranda - hay inédita al menos una novela
completa, El hombre de Pompeya, que
formaba parte de un proyecto narrativo muy ambicioso- nos entristece por la
obvia perspectiva de tener que verla ya como una obra cerrada; injustamente
cerrada como ocurre con los escritores jóvenes que tienen un proyecto meridiano,
nítido, bien cimentado, como éste, y que no hubo tiempo de completar. Pero con
el tiempo, otra perspectiva se impondrá, la del lector sorprendido ante la
claridad de esa obra y el misterio de ese proyecto. Misterio y claridad, al fin
y al cabo, son los dos extremos entre los que se mueve la literatura, no hay
mucho más.
* Publicado originalmente en el Fondo Documental Prometeo y en Red Literaria Peruana.
* Publicado originalmente en el Fondo Documental Prometeo y en Red Literaria Peruana.
Estimado profesor,
ResponderEliminaren esta tarde de noviembre, cuando han pasado ya más de dos años, he sabido de la partida
de Carlos.
Lo conocí en nuestra biblioteca, la de filología, creo recordar que allá por el 2005 (o 2006).
Le gustaba mucho lo de pasar horas y horas en cafés, y siempre lo he recordado con un
hambre voraz de literatura. Hablábamos de ello, y también de música (nos encantaba Dylan),
incluso de la monarquía (parecía ver con muy buenos ojos la que aquí tenemos).
Creo que más de una vez dejó un libellus sin terminar; en una ocasión me dio el borrador de
una novela corta que parecía traerlo de un lado a otro, como zarandeándolo. Aún lo conservo,
y si lo desea se lo puedo entregar.
Era serio, pero le gustaba bromear, al menos así lo recuerdo. Por un cumpleaños me regaló
un librito de Houellebecq: sentía un gusto fino por algunos autores franceses.
Una vez insistió en invitarme a un viaje a París, que nunca tuvo lugar, para que lo acompañase
creo que porque no quería ir solo... en fin, sólo iba a llevarle las maletas...
le mando un saludo cordial.
L.C.R.
Gracias por el ofrecimiento: todo original de Carlos me interesa. Yo puedo hacerlo llegar a los titulares de sus derechos para que hagan con el material lo que crean conveniente. No sé cómo comunicarme contigo, pero en mi página de la Universidad aparece mi correo electrónico institucional, que puedes usar: http://diarium.usal.es/lguich/pagina-personal-de-luis-arturo-guichard/
EliminarSaludos y gracias.