miércoles, 3 de julio de 2013

Noche abajo













Ir hacia arriba no es nada más
que un poco más corto o un poco
más largo que ir hacia abajo.

Roberto Juarroz, Primera poesía vertical




Se trata de caer, de hacerse piedra y buscar las piedras del
fondo porque al fondo está lo pesado y en la superficie lo
liviano, hay que caer como buzo, como carnada bien prendida
al anzuelo por un sedal que no se ve. Arriba que haya árboles
mirándose en el reflejo multiplicado de las ondas, ondas en
círculos porque los círculos son perfectos, como todo lo de
arriba, que sea círculo lo que se ve y círculo lo que se diga,
redondo como pensamiento que da vueltas alrededor de un
reloj porque ver el círculo adormece y porque es muy, pero
muy naíf dormirse pensando en los círculos de Proust.


••
Darle vueltas a la piedra porque estamos en la hora de los
círculos, aunque las piedras, ya se sabe, no nacieron para el
círculo (tampoco nacieron), se les da sólo la línea, el ángulo
no es su hábitat, golpean recto y sin swing, no se adaptan
bien a los puntos suspensivos, no tienen matices, pues, sólo
grietas caprichosas que cuentan una vida complicada, como
vale la pena, sólo aristas de carácter volátil que golpean sin
dialogar: ya te he visto, buzo, carnada del hipotálamo que
está allá arriba, en la cama, rendido de antemano a sus
círculos, buzo, sumérgete y pelea.


•••
Tirón hacia abajo, nada de descenso, esto no es turismo de
montaña, es el agua y el agua es algo muy serio (las piedras
no beben, son todavía más serias). No, el agua no te busca,
tú caíste, por costumbre o por oficio todos caen o quizá sólo
porque en el fondo saben que verán algo, un espejo, una
pantalla, lo que sea cóncavo que hay adentro, los colores
enloquecidos, la flama, una bandada de cotorros, lo que
hayan perdido en el camino, los juguetes, los desvanes,
los pelos erizados, sí, estamos hablando del fondo del ojo,
el cristalino, sí ¿adónde más crees que caen las cosas,
buzo imbécil?



••••
El remolino es la perfección a la que aspira el fondo, su
tumulto más revolucionario. Es su idea de pulso y de
tránsito, sólo tiene fin y a nadie le interesa su principio, es
la matemática y la natación en el punto de belleza que
destruye, lo más rápido y lo inmóvil. Cuando el remolino
llega, el fondo asciende, asesina por sorpresa, se abre un
camino nuevo cada vez, luego esconde su arpón y no ha
pasado nada. El remolino es cínico, el fondo lo admira.
Cuando nadie lo ve, juega a encender pequeños tifones
lanzando piedras hacia arriba, volando cometas de agua
turbia, acumula ira que pondrá al servicio de su dios con la
fe del que quiere alcanzar lo que sea que tiene arriba.


•••••
De brazadas ciegas se va el buzo, ya se fue, ya va muy lejos.
Va en la corriente a caer directo a los brazos del fondo. En el
cieno abajo camina, ya es pingüino, payaso natatorio,
plomada y nada. En el fondo el buzo tasca su freno, pero aún
así, abandonado a su inutilidad, el buzo camina en círculos,
traza el símbolo que le es propio, no rinde su ballet. En lo
oscuro palpa ahora, manos extendidas y burbujas hacia
arriba, es un niño en el parque vacío al que otros niños
golpean la cara con una pelota, es un perro muerto, una
frontera, alga del fondo que muerden los peces.


••••••
Con los bolsillos llenos de libros, como llega al café de la
mañana, así cayó. No se sentó en una esquina con poco
ruido, se puso en el centro del tumulto, el huracán girando sin
darle importancia y se puso a leer. ¿Nunca has visto un buzo
con la escafandra llena de libros? Eso es porque los buzos no
tienen bolsillos ni al fondo del cristalino hay un café. Eran
libros de poesía y ensayos psiquiátricos, la mesera los mira
desde lo alto al traer la taza y dejarla caer de un solo golpe
sobre el cristalino. No son libros lo que hay en la escafandra.
Son cangrejos. El buzo se la quita a toda prisa y prueba a
beber su café de la primera hora de la noche.


•••••••
Las luces de los puertos y los puertos que están a oscuras
atraen al cristalino, lo hipnotizan como a los peces, lo hacen
entrar en una botella sin salida. El cristalino busca las
distancias para huir de la contracción, es músculo y no le
gusta, quiere campo abierto, mar abierto, da lo mismo. La
extensión, no el fondo que es su guarida, su cueva que lo
domestica, lo sujeta a una red de nervios y de pequeños
látigos eléctricos. No le creas, buzo, la verdad es que te
espera cada día, te desea porque le traes algo de planicie
sin límite, un recuerdo de puertos en cuyas aguas
no se veía el fondo.

* De Campanas subterráneas, México, Aldus-UNICACH, 2012.

Ensayo de Antonio Sánchez Zamarreño sobre este libro en el Fondo Documental Prometeo

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