miércoles, 25 de septiembre de 2013

Un ensayo rescatado

 

* Publicado originalmente en Biblioteca de México 44 (1998), pp. 3-9.


LA BREVE TRASCENDENCIA: OCTAVIO PAZ Y LA ANTOLOGÍA GRIEGA

 para Guillermo Sheridan

En la obra poética y ensayística de Octavio Paz conviven varias tradiciones en momentos muy definidos: las literaturas europeas, en especial el romanticismo y las vanguardias, la tradición oriental, predominantemente las literaturas sánscrita y china, y la tradición clásica.[1] Lo que define en buena medida a la poesía y a la poética de Paz es ese diálogo de tradiciones: el poeta toma de cada una aquello en que se reconoce y en lo que encuentra posibilidades expresivas: lo ajeno se vuelve propio cuando sirve para dar nombre a lo que nos rodea. Abarcando en sus lecturas y en sus referencias la mayor parte de las literaturas de Oriente y Occidente, desde el haiku al soneto, del renga al epigrama y al poema largo de los simultaneístas, Paz ha formulado una serie de conceptos, unánimemente asumidos hoy por la teoría literaria, en la que tradición y modernidad se encuentran y se complementan: la llamada tradición de la ruptura, que, si bien formaba parte de su quehacer desde sus primeros escritos, se articuló con claridad en Los hijos del limo (1957). Como es bien sabido, la tradición es para Paz una cadena que permanece sólida porque sus eslabones pugnan por separarse; cada generación se aleja de sus antecedentes inmediatos o los asume marcando su distancia, cuando no negándolos, pero haga lo que haga perpetúa una tradición, así sea una tradición de negaciones, como en el caso de los movimientos de principios de siglo. 
          El eje de la reflexiones de Paz es el romanticismo y sus herederos, los movimientos de vanguardia. Los clásicos grecolatinos, aunados casi inextricablemente con la literatura cristiana a través de la edad media, son el referente de la tradición: clásicos, románticos y vanguardistas representan los puntos culminantes de la literatura occidental, en cuyas pugnas y reconciliaciones podemos buscar los fundamentos de la modernidad. Para Paz, creación poética y reflexión sobre el hecho poético son procesos simultáneos: los dos emanan de lo vivido. Seguir en su poesía y en su prosa las objetivaciones de estos puntos culminantes de la tradición es, por tanto, trazar en buena medida su trayectoria vital y estética. Y al hacerlo desde el punto de vista de los clásicos  llama la atención el hecho de que, si bien los románticos y los vanguardistas estaban presentes desde el inicio de su escritura, los clásicos tardaron en aparecer, y lo hicieron como resultado de un proceso peculiar: un recorrido en sentido cronológico inverso y un recorrido de Occidente hacia Oriente.
           No voy a referirme a las alusiones que aquí y allá hay a los clásicos en las obras de Paz: la presencia de las literaturas antiguas en las modernas es un hecho tan obvio que no requiere constatación. En el caso de Paz me interesa más bien la forma en que se da ese contacto con los clásicos a través del diálogo con algunos poetas antiguos, y el sentido que éste tiene en su obra. Antes de comentar este diálogo, me permito, sin embargo, mencionar una sola de esas alusiones, por su belleza y pertinencia; se trata de la coda  de Carta de creencia, los últimos versos de la Obra poética:[2]:

   Tal vez amar es aprender
   a caminar por este mundo.
   Aprender a quedarnos quietos
   como el tilo y la encina de la fábula.
   Aprender a mirar.
   Tu mirada es sembradora.
   Plantó un árbol.
                 Yo hablo
   porque tú meces los follajes. 

y que se refieren a Ovidio, Metamorfosis VIII 611-724, donde los ancianos Filemón y Baucis, luego de acoger hospitalariamente a Júpiter y Mercurio, les piden, como recompensa, no ver morir el uno al otro: llegado el momento de la muerte, los dioses los convirtieron en un tilo y una encina junto al templo en que habían transformado su humilde choza. La historia, cuyo origen, por cierto, se desconoce -no aparece en ningún otro autor clásico aparte de Ovidio y bien podría ser completamente de su invención- ha inspirado, entre otros, sendos cuadros de Rubens y Rembrandt, cuentos de Hawthorne y de Swift e imágenes memorables en la segunda parte del Fausto y en el canto 90 de Pound. Ignoro si alguna de estas o de las muchas más que puedan encontrarse por allí[3] fue la fuente de Paz, o si, sencilla y directamente, tomara la fábula de Ovidio, el hecho es que ésta encaja perfectamente en la simbología poética de Paz, en la que el árbol es una imagen constante con significaciones múltiples en diferentes etapas de su escritura; es una representación del amor del poeta, y de la mujer que lo convoca, desde Ladera este (1968). Carta de creencia  es una verdadera profesión de fe poética y no cabe comentarla aquí como se debería; anoto que me atrae enormemente el hecho de que Paz se interese precisamente por esta fábula y que signifique con ella el mismo deseo que mueve a las Metamorfosis de Ovidio: detener el mar del tiempo y sus transformaciones merced al poema.

"Nuestras vidas son un tejido de encuentros y desencuentros: físicos, mentales, afectivos", dice Paz en su publicación más reciente, en la que responde con prosas y poemas a ciertos textos de Quevedo[4]. En tres breves poemas de Árbol adentro, Paz dialoga con Juliano, Claudio Ptolomeo y Páladas Meteoro, epigramatistas de la Antología palatina, y condensa en este homenaje buena parte de sus ideas acerca de la tradición y la ruptura, ya expresadas en El arco y la lira, Los hijos del limo, La otra voz  y en numerosos pasajes de su obra poética. 

Consideremos primero el poema[5]

                        En defensa de Pirrón

                                    A Juliano (Antología Palatina VIII, 576)[6]

                        Juliano,  me curaste
                        de espantos, no de dudas.
                        Contra Pirrón dijiste:
                        No sabía el escéptico
                        si estaba vivo o muerto.
                        La muerte lo sabía.
                        Y tú, ¿cómo lo sabes?

que responde a un ingenioso epigrama en el que Juliano, poeta del siglo VI d. C. y de quien se conservan unos setenta poemas en la Antología, se burlaba del filósofo escéptico Pirrón, recreando una anécdota de su vida[7]:

 a. ¿Estás muerto, Pirrón?  b. Lo dudo.  a.¿Cómo es que después de muerto
     dices que lo dudas? b. Lo dudo.  a. La tumba acabó con la duda.

"Lo dudo" o "me abstengo" era la fórmula más tradicional del escepticismo: me niego a tener una opinión. Juliano se burla con un juego de palabras: no tenías opinión, pero ahora la tumba te tiene a tí; dudabas hasta de estar vivo, pero la tumba no duda de que estás muerto[8]. Paz establece el diálogo  con un claro coloquialismo: "me curaste de espantos", como si hablara con un amigo presente, pero dejando en la ambigüedad de espanto  la doble posibilidad de duda y espectro ; y se burla a su vez de Juliano: conversabas con un muerto que no estaba seguro de estarlo, ¿cómo puedes saber tú mismo si estás vivo o muerto o si la muerte lo sabe?. Es el problema de Chuang Tzu, que soñó ser una mariposa y al despertar dudaba de si acaso no sería una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. A esta fábula china también responde Paz en Árbol adentro  (O. P. 668), con una solución similar a la de Juliano:

EJEMPLO
La mariposa volaba entre los autos.
Marie José me dijo: ha de ser Chuang Tzu,
de paso por Nueva York.
                                         Pero la mariposa
no sabía que era una mariposa
que soñaba ser Chuang Tzu
                                             o Chuang Tzu
que soñaba ser una mariposa.
La mariposa no dudaba:
    volaba

La tumba de Pirrón tampoco dudaba, dice Juliano. ¿Cómo conoces la opinión de la muerte? le responde Paz. El poema es una brillante metáfora del oficio literario y de la manera en que permite anular el tiempo y dialogar con los muertos, al igual que lo sería el que otro poeta reuniera suficiente ingenio para contestarle a Paz dentro de algunos siglos, burlándose de nuevo de Pirrón y poniéndose del lado de Juliano. Pero esto es al fin y al cabo la tradición, un diálogo con fantasmas entrañables, según la concibe el propio Paz, en la que todos los poemas son borradores,"homenajes a la muerte del muerto que seré" (O. P.  11). El epigrama es un haz de luces desde este punto de vista: remite a la tradición de la ruptura que Paz ha desarrollado y en la que su obra se haya tan expuesta como la de Juliano, de quien no sabemos nada más que lo contenido en sus poemas. Esta fragilidad de la tradición es acaso el motivo por el que Paz eligió dialogar con poetas griegos a los cuales  los especialistas confieren mayor importancia histórica que artística: epigramatistas tardíos y no precisamente de los libros más conocidos de la Antología. En el caso de este epigrama, existen varias traducciones latinas y modernas, pero no respuestas.[9] Paz encuentra en este poema, al igual que en la transmisión textual de la Antología  el mejor ejemplo de la condición efímera del hombre y de su permanencia, a veces azarosa, a través de la obra. Dice en La casa de la presencia, prólogo al tomo I de sus Obras Completas, en el que reúne sus escritos de poética, p. 15:

Más allá de mi salvación o de mi pérdida ultraterrena, declaro que al escribir aposté por la más frágil y preciosa facultad humana: la memoria. Aposté no por la perduración de mi persona sino por la de unos cuantos poemas. Desde que leí la Antología Griega envidié a Calímaco, Meleagro, Filodemo, Páladas, Paulo el Silenciario y otros: sobreviven gracias a un puñado de sílabas [...] El ejemplo de la Antología Griega me enseñó que el único y verdadero antólogo es el tiempo.

El poema siguiente refuerza en todos los sentidos esta idea  (O. P.  683):

                        HERMANDAD

                                    Homenaje a Claudio Ptolomeo

                        Soy hombre: duro poco
                        y es enorme la noche.
                        Pero miro hacia arriba:
                        las estrellas escriben.
                        Sin entender comprendo:
                        también soy escritura
                        y en este mismo instante
                        alguien me deletrea.


es desarrollo de un epigrama atribuido al astrónomo Claudio Ptolomeo (AP IX, 577):

Sé que soy mortal y efímero, pero cuando de los astros
          contemplo las apretadas espirales en rotación
no toco más la tierra con los pies, sino que junto al mismo  
          Zeus saboreo la ambrosía reservada a los dioses.

 
Paz toma textualmente el inicio del poema y lo orienta de otra manera. En el astrónomo Ptolomeo, la contemplación del cielo significaba trascender la condición mortal y efímera del hombre y alcanzar lo divino a través del conocimiento. Para un poeta de fuerte raíz cósmica, como Paz,  las estrellas son un indicio de la relación de lo humano con el resto de la naturaleza: la teoría de las correspondencias de Foucault, el orden del mundo en el que el poeta escribe y ordena su propio universo es una representación de la escritura superior. La analogía en la naturaleza y la analogía en la cultura: la escritura (O. P. 778):

En la altura
las constelaciones escriben siempre
la misma palabra;
nosotros,
aquí abajo, escribimos
nuestros nombres mortales.

El anhelo de trascendencia se resuelve por otra vía en el poema de Paz y se expresa también de otra manera: nuestro poeta ya no tiene dioses como los de Ptolomeo, quien además era un astrólogo. Zeus se convierte en alguien. ¿una entidad más allá del hombre que al hablar -deletrear las estrellas- hace que la naturaleza viva o bien otro hombre que recita el poema y reinventa las estrellas del texto? Lo que en Ptolomeo era una alabanza del conocimiento, tejida sin apartarse de las convenciones retóricas que fundamentaban este género de composiciones, en Paz es una declaración de fe en la que el poeta contempla y asume las limitaciones y posibilidades de la palabra y del hombre: este poema "es como un resumen de su poesía y de su condición humana" como bien señala José Luis Martínez[10].
           El poema de Ptolomeo tuvo aceptación desde la Antigüedad: sabemos que cuando Sinesio de Cirene llegó a Constantinopla en el 399, llevaba como regalo para su amigo Peonio un planisferio celeste o un astrolabio; en los espacios vacíos de las constelaciones había hecho grabar algunos epigramas en oro macizo y entre ellos se contaba el de Ptolomeo[11]. Fue imitado y traducido por los amantes de la astronomía a través de los siglos[12] y finalmente llegó a la poesía de Octavio Paz. A partir del Romanticismo, sin embargo, la lectura del epigrama ha sido diferente a las anteriores: desde los románticos se ha hecho una lectura analógica del poema, ya no como "elogio de la astronomía" sino como expresión de las correspondencias entre el hombre, la naturaleza y lo sagrado. Esta es también la lectura de Paz, que interpreta a Ptolomeo con ojos románticos. Es la misma lectura que sospecho hizo Novalis, quien en el sexto Himno a la noche dice:

La vida transcurre confiada
hacia la vida eterna más allá.
Alentados desde un íntimo ardor
se transfiguran nuestros sentidos.
El orden estelar fluirá
en un vino dorado de vida,
nosotros lo beberemos
y seremos estrellas luminosas.

No hay, por otra parte, indicios de que Paz pensara en Friedrich Von Hardenberg al imitar a Ptolomeo ni de que lo usara como intermediario en la tradición. Tampoco tenemos ninguna constancia extraliteraria[13] de que Novalis imitara a Ptolomeo.La cercanía de los tres textos, sin embargo, es notoria: para los tres la eternidad se bebe con los ojos, como se dice en O. P. 830. Lo más probable es que Novalis tuviera en mente a Plotino -a quien conocía bien- y que eso creara un puente hacia la doctrina de la armonía de Ptolomeo.
          Un último poema nos ilustra acerca de otro camino seguido por los poetas de la Antología para llegar a la poesía de Paz. En Las trampas de la fe, el autor comenta el recuento de mujeres ilustres que Sor Juana Inés de la Cruz presenta en la Respuesta a Sor Filotea, refiriéndose ampliamente al destino trágico de Hipatia, hija del filósofo Teón y a su vez filósofa neoplatónica de Alejandría,  muerta con saña por los cristianos en el 415 d. C. En ese pasaje se refiere también a la permanencia de su figura en la historia y la literatura, e incluye un epigrama atribuido (no sin discusión) a Páladas, poeta alejandrino del siglo IV d. C., del que hace, según dice textualmente, una adaptación:[14]:

Cuando contemplo, Hipatía, tu discurso,
doctas voces sin mácula grabadas
en la altura, morada de la Virgen,
no desgrano palabras sino estrellas.
                       
Posteriormente, en Árbol adentro, presenta una segunda versión [Paz (1990) p. 678]:

                        Constelación de Virgo

                        Hipatía, si miro luces puras
                        allá arriba, morada de la Virgen,
                        no palabras, estrellas deletreo:
                        tu discurso son cláusulas de fuego.

                                    Páladas (Antología Palatina, IX, 400)

El texto de Páladas, al que los historiadores de la literatura consideran, por cierto, "el último epigramatista griego":

  Cuando te contemplo a tí y a tus palabras, te venero
  contemplando la casa estelar de la Virgen,
  pues en el cielo están tus asuntos,
  distinguida Hipatia, belleza de las palabras,
  estrella inmaculada de la sabia enseñanza.

Paz agiliza el epigrama atribuido a Páladas, muy conceptual y hasta un poco plano, al combinar los elementos. Para Páladas, el homenaje es contemplar la constelación de Virgo, pues Hipatia tiene interés en el cielo, que representa, al igual que en el poema anterior, la posibilidad de trascendencia a través del conocimiento. Los epítetos del epigrama son, sin embargo, algo manidos y comunes: sobre la poesía de Páladas gravita siempre un cierto desaliento: su elogio de Hipatia no logra la luz necesaria a la sabia hija de Teón. Un elogio desencantado, habría que decir. En cambio, para el poeta mexicano, el elogio es más sentido. Ya en la primera versión de Paz, las palabras de la filósofa son estrellas por don de metáfora, no de comparación; usó el mismo procedimiento, pero con mayor profundidad.  Discurso y estrellas se corresponden, contaminadas por el texto anterior. En la segunda versión, Paz altera el objeto contemplado. Ya no son Hipatia y sus discursos los que remiten a los astros, sino que éstos, cláusulas de fuego, son la constelación misma, y la virgen del cielo es la hija de Teón, metáfora que acaso Páladas intuyera, pero que no realizó en su epigrama con claridad.
      Lo más interesante de estos breves poemas es la manera en que condensan la poética de Paz a través del recurso a lo antiguo: son piezas clave de la poética de la comunión [15]  que alienta toda su obra y en especial Árbol adentro.  Comunión con los otros, que por un momento dejan de serlo por el encuentro del poema; comunión con otros tiempos y lugares, sea por la amistad con los contemporáneos, como Kostas Papaioannou, Vasko Popa o José Lezama Lima, vueltos pasado por la muerte, o con quienes son sólo un nombre borroso en la tradición, como Hipatía, Ptolomeo o Juliano. Los poemillas son también un punto en el largo itinerario hacia el hombre que dibuja la poesía de Paz. En el prólogo a Libertad bajo palabra (1957) decía:

Inútiles los memoriales, los ayes y los alegatos. Inútil tocar a puertas condenadas. No hay puertas, hay espejos. Inútil cerrar los ojos y volver entre los hombres: esta lucidez ya no me abandona. Romperé los espejos, haré trizas mi imagen - que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice, mi delator. La soledad de la conciencia y la conciencia de la soledad, el día a pan y agua, la noche sin agua. Sequía, campo arrasado por un sol sin párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro donde pasado y porvenir arden sin fulgor ni esperanza. Todo desemboca en esta eternidad que no desemboca.[16].

Y en efecto, en Libertad bajo palabra está más presente el transcurso mítico que el histórico, son más recurrentes los hombres que los nombres; a nadie se oculta que poco a poco la poesía de Paz se volvió más histórica y más concreta en sus referentes. Finalmente esa búsqueda de referentes llegó a los textos antiguos. En su prosa, los clásicos entraron mucho antes: es sabido que el título del fundamental ensayo El arco y la lira es una frase de Heráclito, al igual que Sombras de obras es una variación de Demócrito, citado por Baltasar Gracián. Para formar parte plena de su poesía, sin embargo, debieron esperar a Árbol adentro. Ello se debe a que el recorrido de Paz sobre la tradición literaria fue inverso al histórico: su experiencia poética partió de la literatura más reciente, vivió la vanguardia in situ, regresó luego a la ruptura original, el romanticismo, y poco a poco, en gran medida a través de Sor Juana y de la Colonia, los antiguos aparecieron[17] con mayor claridad en  Árbol adentro y en La llama doble.  Al retorno sobre la tradición acompaña un recorrido geográfico de Occidente hacia Oriente: es innecesario abundar sobre la importancia de la India y de su multiforme cultura en la obra de Paz, basta con leer Vislumbres de la India o Ladera este. El viaje, entonces, fue doble y concluyó en el mismo punto: hacia el pasado y hacia Oriente, que, paradójicamente, lo llevaron más hacia el presente y hacia los hombres y lugares más cercanos: el extrañamiento sólo conduce hacia uno mismo. Se es uno y otro y nosotros, todos los hombres y todos los tiempos:

 La poesía es la memoria de los pueblos y una de sus funciones, quizá la primordial, es precisamente la transfiguración del pasado en presencia viva. La poesía exorciza el pasado; así vuelve habitable el presente.Todos los tiempos,  del tiempo mítico largo como un milenio a la centella del instante, tocados por la poesía, se vuelven presente. Lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre[18].

Escritura a favor de la memoria y en contra de la muerte, el poema no nos libera de ella (O. P. 228):

Damos vueltas y vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema.

sino que nos otorga posibilidad de tránsito, pues está hecho de tiempo, a la par que posibilidad de permanencia, como a Pirrón, Hipatia o Páladas. Para el poeta, esa breve trascendencia es el instante dilatado de la creación; para el lector, el del encuentro con el poema.


[1] Para facilitar la lectura he suprimido los textos originales y reducido las notas y la bibliografía a lo imprescindible; quien quiera leer una versión con griego y aparato, puede consultar «El tránsito y la permanencia: los clásicos en la obra de Octavio Paz», en J. V. Bañuls, J. Sánchez y J. Sanmartín (eds.), Literatura Iberoamericana y Tradición Clásica, Valencia, Universitat de València, 1999, pp. 229-239.
[2] Obra poética 1935-1988, Barcelona, Seix barral,1990, p. 779, a partir de aquí, citada como O.P; la Antología Palatina -o Griega- suele abreviarse A.P.
[3]  Acaso no sobre remitir al libro que registra y analiza casi todas ellas: Manfred Beller: Philemon und Baucis in der europäischen Literatur. Stoffgeschichte und Analyse, Heidelberg, Carl Winter's, 1967.
[4]  Reflejos: réplicas. México, Vuelta-El Colegio Nacional, 1996, p. 9.
[5]  O. P.  p. 677
[6] Sic. Tanto en la edición de Árbol adentro, Barcelona, Seix Barral,1987, como en la de  O. P. hay un error: debe remitir a A.P. VII, 576.
[7]  Stob. Anth. IV 53, 28 : "Pirrón decía que no hay ninguna diferencia entre estar vivo o estar muerto; alguien le dijo: ¿Por qué, entonces, no te das muerte? Y el contestó: Porque no hay ninguna diferencia"
[8]  A Juliano le gustaba establecer estos brevísimos diálogos con los muertos; traduzco otro ingenioso dístico, en el que el interlocutor es el poeta Anacreonte (A.P. VII, 33):
    a. Mucho has bebido, y has muerto, Anacreonte. b. Pero contento:
         descenderás al Hades también tú, que no bebes.
[9]  Véase al respecto el excelente libro de J. Hutton,The Greek Anthology in France and in the latin writers of the Netherlands to the year 1800. Ithaca, Cornell University Press, p. 656; más que un estudio de tradición clásica, esta obra es casi una historia del epigrama en Francia.
[10]  J. L. Martínez y Christopher Domínguez Michael, La literatura mexicana del siglo XX., México: CNCA, 1995, p. 170.
[11]  Synes. Astrolab. 4  "En cuanto a los epigramas, que hemos añadido grabándolos en oro macizo en los espacios vacíos de estrellas a lo largo del círculo antártico, el segundo, de cuatro versos, es antiguo y contiene con bastante sencillez un elogio de la astronomía"
[12]  Johan Kepler (1571-1630), por ejemplo, no sólo conocía bien la doctrina de Ptolomeo, sino que realizó una traducción latina del Tratado de las armonías -según apunta Düring en su excelente edición Die Harmonielehre des Klaudios Ptolemaios,  de 1930, p. XCI-XCII- y una del epigrama en cuestión, que reproduce H. Beckby, editor de la Antología Griega en la Tusculum Bücherei, 1958, vol. III, p. 808; la sabiduría de Kepler merece al menos el homenaje de reproducirla:
Quotidie morior fateorque; sed inter Olympi
    dum tenet assidua me mea cura vias,
non pedibus terram contingo; sed ante Tonantem
    nectare, divina pascor et ambrosia.
[13]  Novalis sólo menciona a Ptolomeo y a Kepler de manera incidental (Frg. 60 y 2250 de la edición de Ewald Wasmuth (Novalis: Werke. Briefe. Dokumente. Heidelberg, Verlag Lambert Schneider, 1953).
[14]  Sor Juana Inés de la Cruz olas trampas de la fe, México, FCE, p. 548 n.
[15]  Mejor, quizá, que la poética de la reconciliación propuesta en el número monográfico que dedicó a Paz la revista Anthropos (no. 14, agosto de 1982). Véase "Poesía de soledad y poesía de comunión" en Las peras del olmo. Barcelona: Seix Barral, 1957, p. 125 ss. Paz llama a este ensayo, cuya primera versión data de 1942, "embrión de la mayoría de mis reflexiones sobre la experiencia poética". No creo, sin embargo, que la comunión a la que se refiere Paz allí sea la cristiana, como pretende Jiménez Cataño, Octavio Paz, una poética del hombre, Pamplona: EUNSA, 1992, p. 89-98, sino la que se establece entre el poeta y las cosas que nombra, por una parte, y entre los poemas y los lectores, por otra. 
[16]  O. P. 17; los subrayados son mios.
[17]  Me refiero siempre al momento en que los clásicos ingresaron en su círculo de referencias poéticas, no al momento en que los leyó: la lectura se elige, pero la asimilación sigue sus propios tiempos. Es bien sabido que El asno de oro, por ejemplo, fue lectura favorita de la juventud de Paz (véanse las "Hojas sueltas para una biografía" de J. Malpartida, en Octavio Paz, premio de ilieratura en lengua castellana "Miguel de Cervantes" 1981. Madrid: Anthropos-Ministerio de Cultura, pp. 19-37), pero que no fue retomado hasta La llama doble (1993).
[18]  Obras completas I, la casa de la presencia, México, FCE, 1992, p. 27

No hay comentarios:

Publicar un comentario